Juvencio,
te robé un furtivo beso
-a
ti, que eres de miel-
aún
más dulce
que
la ambrosía dulce.
Pero
no lo hice impunemente:
recuerdo
haber quedado más de una hora
crucificado
en alta cruz, y haber
tratado
con gran llanto de borrar
un
poquito tu áspera crueldad.
En
cuanto te besé, tus parvos labios,
mojados
por gotas incontables,
te
limpiaste con todos tus deditos,
no
fuera a contagiarte mi boca, como si fuera
la
sucia saliva de una puta infectada.
Además,
me has entregado, desgraciado de mí,
al
cruel Amor para que de ambrosía aquel beso
se
convirtiera en más amargo que el amargo eléboro.
Así
que, si éste es el castigo que das
a
mi desgraciado amor
ya
nunca más robaré tus besos.
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