No
te conoce el toro ni la higuera,
ni
caballos ni hormigas de tu casa.
No
te conoce tu recuerdo mudo
porque
te has muerto para siempre.
No
te conoce el lomo de la piedra,
ni
el raso negro donde te destrozas.
No
te conoce tu recuerdo mudo
porque
te has muerto para siempre.
El
otoño vendrá con caracolas,
uva
de niebla y montes agrupados,
pero
nadie querrá mirar tus ojos
porque
te has muerto para siempre.
Porque
te has muerto para siempre,
como
todos los muertos de la Tierra,
como
todos los muertos que se olvidan
en
un montón de perros apagados.
No
te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo
canto para luego tu perfil y tu gracia.
La
madurez insigne de tu conocimiento.
Tu
apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La
tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará
mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un
andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo
canto su elegancia con palabras que gimen
y
recuerdo una brisa triste por los olivos.
Ay
voz secreta del amor oscuro
¡ay
balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay
aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay
corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡Ay
noche inmensa de perfil seguro,
montaña
celestial de angustia erguida!
¡ay
perro en corazón, voz perseguida!
¡silencio
sin confín, lirio maduro!
Huye
de mí, caliente voz de hielo,
no
me quieras perder en la maleza
donde
sin fruto gimen carne y cielo.
Deja
el duro marfil de mi cabeza,
apiádate
de mí, ¡rompe mi duelo!
¡que
soy amor, que soy naturaleza!
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