¿Qué
vale una mujer? ¿Para qué sirve
una
mujer viviendo en puro grito?
¿Qué
puede una mujer en la riada
donde
naufragan tantos superhombres
y
van desmoronándose las frentes
alzadas
como diques orgullosos
cuando
las aguas discurrían lentas?
¿Qué
puedo yo con estos pies de arcilla
rodando
las provincias del pecado,
trepando
por las dunas, resbalándome
por
todos los problemas sin remedio?
¿Qué
puedo yo, menesterosa, incrédula,
con
solo esta canción, esta porfía
limando
y escociéndome la boca?
¿Qué
puedo yo perdida en el silencio
de
Dios, desconectada de los hombres,
preñada
ya tan solo de mi muerte,
en
una espera lánguida y difícil,
edificando,
terca, mis poemas
con
argamasa de salitre y llanto?
Volvedme
a aquel descuido, a aquel sosiego
en
que era dable andar por los caminos
pastoreando
ensueños como ovejas.
Volvedme
al ruiseñor de aquel boscaje,
al
vuelo de aquel cisne por el lago
bajo
la planta azul de aquella luna.
Volvedme
a la andadura mesurada
al
trópico dulcísimo y sedante
de
un verso con timón y cortesía
donde
cantar cómo los bucles de oro
son
cómplices del pájaro y la rosa,
porque
eso, al fin, a nada compromete
y
siempre suena bien y hace bonito.
Pero
es vano, amigos, nos cortaron
la
retirada hacia seguras bases.
Están
rotos los puentes,
los
caminos confusos,
los
túneles cegados. No sabemos
de
cierto si avanzamos o si huimos
dejando
por detrás tierra quemada.
Y
yo pregunto, vadeando a solas
un
río de aguas turbias y crueles,
¿qué
puede una mujer, para qué sirve
una
mujer gritando entre los muertos?