Afortunados aquellos que tienen la manos
llenas de la materia de lo imaginado
para dar forma a la copa, al pájaro tallado;
aquellos cuyos dedos sacan de la tecla o la cuerda
el acorde resonante, sencillo y complejo,
red, escuchado.
El trabajo de un escritor
se ciñe a la palabra insustancial,
a la imagen que solo puede hallar
su existencia en otra mente.
Trabajamos con el agua, con el viento,
no hacemos ni sostenemos cosa alguna.
Todo lo que podemos formar o cantar
es el temblor de una cuerda intocada,
un aleteo de sombras sobre un muro.
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