domingo, 14 de julio de 2024

MINERVA Y EL CENTAURO.

 

Más fácil fue, sin duda, cuando el cuerpo feliz
no reclamaba aún su imperioso derecho,
amar en soledad. Y hasta parece hermoso
el mecanismo, hoy no del todo ausente,
de amar y poseer sin riesgo alguno.
Era el amor entonces
el puro sentimiento literario
de alojar rostros vivos, que el deseo llamaba
oscuramente, en mundos de ficción. Audrey Hepburn
(su cuerpecito de garçon damné
frágil y siempre en riesgo de morir
solo en la oscuridad, cual nuestros sueños)
en el París vistoso de los Musical Plays.
Mundo privado de realidad
y por eso feliz, donde querer
era animar el límpido cortejo
de las imágenes.
                          Ahora que el deseo
se agita sin respuesta como un pájaro herido
parece más real aquel amor de entonces,
solo, pero señor de sus fantasmas. 

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