viernes, 31 de enero de 2020

SUERTE DE VARAS.




Muchas veces meditas:
no vayas a la plaza,
torea de salón, es más prudente.

Pero hay cosas que siguen
un curso peligroso,
al margen de los círculos cuadrados,
y alientan lo prohibido
mejor que cualquier lidia por derecho.

Tal vez haya un atajo
en la suerte de varas,
o en la fe de mirar hacia el tendido
para encontrar un hueco
donde acogerse en caso de abandono.

Pero hay luchas que tienen
los minutos contados,
como este natural donde te juegas
la última palabras,
el verdadero reto de ser libre.

domingo, 26 de enero de 2020

DOMINGO.


 

                          

El sol a lo más alto ascenderá

hoy que es domingo.

Sopla el aire y mueve

un almiar en aquella colina.



Pondrán lo de las fiestas, y todos

tendrán un corazón ligero:

mira a los niños en la calle,

fíjate en las flores en el huerto.



Ahora campanas que tocan,

son Dios en verdad.

Más allá, las nubes se desvanecen

y crece el cielo.



Deja al mundo en su dicha

y ven, mi alma, para que te cante,

como una cancioncita alegre,

una canción de la muerte.

sábado, 25 de enero de 2020

GIBRALTAR.


 Ilustración Dave Cutler.


Mirant aquella aigua fosca
es preguntava
quants quilòmetres,
quantes oportunitats.

Les onades
li tornaven
sempre
sense resposta.

Elles
que tornaven.

Quants dubtes
per recomençar.

Quanta por
per vèncer la por,
l’altra.

Quanta sal
li caldria al mar
per fer-se pont

viernes, 24 de enero de 2020

UN MILAGRO PARA EL DESAYUNO.








A las seis en punto esperábamos el café,

el café y esas compasivas migas

que nos traerían desde algún balcón

como a reyes de antaño, o un milagro.

Aún estaba oscuro. Un pie de sol

se posó en una larga onda del río.



El ferry matinal cruzaba el río.

Por el frío, queríamos café

caliente, dado que la luz del sol

no iba a darnos abrigo; y que las migas

fueran pan, mantequilla, por milagro.

A las siete salió un hombre al balcón.



Estuvo un rato solo en el balcón

con la mirada fija sobre el río.

El criado le dio los ingredientes de un milagro,

una sencilla taza de café

y un panecillo que deshizo en migas,

su cabeza, digamos, entre las nubes, junto con el sol.



¿Estaba loco el hombre? Bajo el sol,

¿qué trataba de hacer, en el balcón?

Recibieron los hombres duras migas,

que algunos arrojaron desdeñosos al río,

y, en la taza, una gota del café.

Algunos nos quedamos, esperando el milagro.



Diré qué vi después; no fue un milagro.

Una hermosa mansión se alzaba al sol

y salía, caliente, de la puerta un aroma a café.

Al frente, en yeso blanco, un barroco balcón

de pájaros que anidan junto al río

—lo vi sin despegar el ojo de las migas—



y salas y recámaras de mármol. Mis migas,

mi mansión, fabricada por milagro

durante años, por insectos y aves, por el río

que erosiona la piedra. Cada día, en el sol,

me siento al desayuno en mi balcón

y con los pies en alto bebo mucho café.



Lamimos esas migas, tragamos el café.

Una ventana frente al río captó la luz del sol

como si el milagro ocurriera, pero en otro balcón.