Ilustración Pascal Chove.
Todas
sus lágrimas las reservaba para los indefensos.
-¿Aún
llora?
-Cuando
duermo. En ocasiones me despierto con la almohada empapada, lo cual nada tiene
que ver con el miedo, sino con la amargura.
-Mientras
lo tenga en la memoria, continuará con vida…
La
intención era servirle de consuelo, pero evidentemente no consiguió el efecto
deseado, puesto que al dueña de la casa le respondió en tono despectivo.
-¡No
me vuelva con bobadas y lugares comunes…! –dijo-. Supuse que con su experiencia
sería capaz de explicarme por qué razón un determinado rostro, un casa, una
escena, un instante sin aparente importancia se nos graba, no obstante, en la
memoria para regresar a nuestra mente demasiado a menudo, mientras otras cosas
en verdad importantes se olvidan. Pero tengo la impresión de que no lo sabe.
-No
creo que nadie lo sepa.
-¿De
qué le sirve entonces la experiencia?
-Para
admitirlo… -replicó casi al instante-. La experiencia nos devuelve a lugares
conocidos, nos conduce a aquellos que hubiéramos deseado conocer y demuestra
que nos hemos quedado a mitad de camino; tener el valor de reconocerlo o no, ya
es otra cosa.
-Por
lo que veo, usted lo tiene.
-Eso
no se llama valor, se llama resignación, quería amiga. Mi meta se quedó tan
lejos que ni con otra vida igual de larga la cruzaría, pero no estamos aquí
para hablar de fracasos, sino para que me continúe hablando…
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