martes, 3 de enero de 2017

EL COLECCIONISTA DE COPOS DE NIEVE.






Permitidme que os cuente la historia del señor Eladio Frías, hombre del tiempo de profesión; cazador de copos por afición.

Viajaba siempre en globo, saltando de Polo en Polo, en busca de trozos de hielo con los que ampliar su colección.

Una bella estrella helada se encontró escalando un día la cima del Himalaya. Y en la misma expedición, pero bajando el K2, paró para guardarse dos.

Más peliaguda fue su caza en la lejana Groenlandia; un esquimal enfadado persiguió al señor Eladio porque le había robado un trocito de su iglú.

En otra ocasión —esta vez fue en Suiza—, mientras Eladio esquiaba, se topó con un alud. Recogió, aquella vez, más de cien copos de nieve que guardó en su baúl.

En la Antártida, un pingüino le hizo un regalo especial: una bola de nieve blanca, que escondía en su interior una estrella coronada por diez puntas estrelladas.

Eladio no descansaba ni siquiera en vacaciones. Bajo un ardiente sol de playa, derramó su granizado sobre la arena porque en él descubrió encerrada otra hermosa estrella helada.

Donde los copos caían, iba Eladio y recogía de cada país su tesoro. Su colección helada era tan desmesurada, que su casa, toda entera, parecía una nevera.

Lo cierto es que el señor Frías buscaba la estrella más bella. Según decían, el copo más hermoso que, más que un puñado de nieve, parecía un brillante congelado.

Y fue en un mes de diciembre que, al regresar al hogar, Eladio vio junto a su puerta un trozo de hielo especial. Descubrió, sobre la nieve, la estrella de Navidad.

Autor: Noemí Pes.

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