Ilustración Rébecca Dautremer.
Era
un grupo de marionetas, todas ellas tan dispares entre sí que apenas tenían
casi nada en común. Todas ellas de una forma, de un tamaño, una manera de
vestir diferente; y por eso, las hacia tan interesantes y divertidas para
jugar. Pero todas ellas al quedarse a solas en el cuarto de los juegos tomaban
vida, tenían una vida de madera e hilos que les hacia moverse a su antojo, eran
en esos momentos cuando más se parecían al comportamiento de un niño. El grupo
lo formaban doce marionetas junto a los dos protagonistas Ernesto y Salomé.
Ernesto
era la marioneta mas rebelde, travieso y a quien más le gustaba fastidiar a las
demás, pero especialmente a Salomé. Esté era algo mayor, aunque no mucho, pero
esa diferencia le otorgada un cierto poder de mando para hacer lo que quisiera.
Vestía con unos pantalones bombachos de color rojo intenso, un jersey a rayas
horizontales blancas y rojas, encima un jersey de manga corta tostado con un
corazón en el pecho también rojo como los pantalones. Unas zapatillas que en un
principio tuvieron que ser blancas. Llevaba siempre consigo una mochila colgada
a la espalda que le sobresalía un palo, el cual lo utilizaba para fastidiar a
las demás marionetas. Un pelo encrespado, enmarañado como si no se hubiese
peinado nunca. Su cara redonda le sobresalía una nariz recta y perfilada, con
ojos vivaces y saltones y siempre llevaba las mejillas sonrosadas.
Salomé
en cambio era más pequeña, su cuerpo no aun no se había desarrollado, esa era
la impresión que tenia ella de sí misma, tenía el pelo largo y negro, lo
sujetaba con una diadema color rosa; su vestido, rojo moteado de copos blancos
tenia la forma de un pequeño globo, se cubría con una chaqueta rosa con capucha
que solía ponérsela los días de lluvia y centro de atención de Ernesto para sus
fechorías. Calzaba unos zapatos anudados en la parte superior. Usaba gafas
redondas, algo más grandes que el ovalo de su cara llena de pecas que se repartían por sus
mejillas.
Legó
el día que Salomé fue a contar a su madre todo lo que Ernesto le había hecho.
Tan enfadada y tan harta estaba de que siempre se mentira con ella y le hiciera
las mil fechorías. Le dijo: que le había tirado del pelo, le había quitado el
sombrero, le había arrancado las gafas, que le había tirado los libros de su
bolsa, casi se cae y casi le da con el bastón.
Su
madre la escuchaba con una sonrisilla en labios, era igualita que Salomé pero
más mayor, entonces le dijo que sin duda Ernesto era un bruto y que lo más
seguro era que quería jugar con ella, pero no sabía cómo decírselo. A Salomé
esa contestación y la excusa de su madre no le gusto, ni la entusiasmaron. Cuando más
sorprendida quedó fue cuando le dijo que también podía ser que estuviera
enamorado de Salomé.
Ilustración Rébecca Dautremer.
En
el recreo, Candela, la más alta de todas, las de la piernas largas enfundadas
en una medias a rayas con una zapatillas azules como el cielo una cazadora a
juego con las zapatillas y una bufanda anudada al cuello naranja más larga que
ella que le daba dos vueltas. Con un cabello liso rubio y largo, dijo:
“¡Enamorado de Salomé! Y ¿Qué es estar enamorado?” Todas las marionetas se reunieron
alrededor de Salomé, está no sabía que contestar, no sabía qué era aquella cosa
morada que le sucedía. Mientras tanto Ernesto los oía sin que el grupo
percibiera su presencia un poco incomodo
por el descubrimiento.
Guillermo,
tenía un cuerpo parecido a una tienda de indio, nadie le había visto las
piernas, llevaba una espacie de vestido largo compuesto por tres franjas de
colores diferentes anudado con botones de arriba abajo tenía cara de bobalicón;
sabía y había oído era que se cae de amor. Todos se imaginaron resbalando por
una pendiente o cayendo directamente desde el cielo. Salomé se había caído de
la bicicleta muchas veces, pero por amor nunca. A nadie le gusto esa
definición.
“¡Los
enamorados son cosas de cuentos!” dijo Mateo. El más mayor de todos, siempre
vestido como un monaguillo y con su inseparable gorra con la visera levemente
levantada. “Como los príncipes y las princesas; con vestidos bonitos; con
espadas; reyes y reinas; dragones.” aclaró. Entonces Salomé pregunto
tímidamente “¿Si los enamorados eran de mentira?”
Nicolás
creía que cuando alguien está enamorado se pone triste, y le da vergüenza se le
pone la cara colorada. “¡Es como hipnotizado!” dijo Lucas sin pensar. Salomé
comprendió entonces que es como volverse un poco loco.
La
pequeña Micaela, la más inocente de todas; la que llevaba un peto como vestido:
falda blanca a motitas azules pequeñas que parecía un cielo estrellado, la
parte de arriba color marrón debajo llevaba un camisa blanca, con un pañuelo
anudado a la cabeza azul con flores blanca, era la única pelirroja. Se aventuro
a decir que había oído algo de un rayo que te atraviesa. “¡es fuego!, ¿Y quema?
¡Es un relámpago! ¡Es una tormenta!” Pregunto Lorena, esta era un poco distinta
a las demás, era más moderna en todos los aspectos, había sido traída de la
capital: “¿Entonces llueve?”. Salomé llego a otra conclusión, que para estar
enamorada hay que llevar paraguas.
Pero
Tomas, el más pequeño de todos, hermano de Mateo, porque vestían igual; dijo
que eso es una cosa del corazón. “¿Quieres decir que te duele el corazón? ¿Y te
da fiebre? ¿Y no puedes hablar? ¿Entonces te pones enfermo?” Cada uno formulo
una pregunta, mientras empezaban a sentirse enfermos. A la vez suspirando dijo
Salomé: “¡Qué cansado debe ser estar enamorado!”
“¡Hay
que ser dos para estar enamorados!”-aseguro Juana con una vocecilla delicada,
era la más pasaba desapercibida, con vestido verde estampada con una flor azul,
un jersey azul oscuro y una bolsa roja colgada en forma de bandolera, unas
medias blancas con zapatitos grises. “¿Y uno solo no se puede?” aclaró. Y tres,
y cuatro, y cinco… ¡ala todos…! Salomé un poco cansada de todo este embrollo se
pregunto cuántos tenían que ser.
Ana,
sabía que estar enamorado era para casarse, vestida en dos tonalidades de gris,
se diferenciaba de las demás por llevar dos coletas. Aseguro que era. “¡Es para
los señores y las señoras! ¡Es para los papás y las mamás!” Volvió a pensar Salomé hay que ser mayor para estar
enamorados.
“¡Puff!
Estar enamorados, eso no pasa nunca”, suspiro Leonardo. Era la única marioneta
de color, resaltaba por su jersey rojo estampado en el pecho el numero uno.
“¡Si que pasa, cada día! ¡Y es para siempre!” le contradijeron. “¿Y para cinco
minutos no?” pregunto otra marioneta. “¡No!, ¡es para toda la vida!” Pero, ¿eso
es demasiado tiempo?” Dijo Salomé.
“¡Estar
enamorado es algo muy importante!” Decretó Manuela, la mejor amiga de Salomé.
“¡Es para una profesora! ¡Es para tu mejor amiga! ¡Es para tu hermana!” Tanto
le choco a Salomé que le pregunto si era solo para las chicas. Su mejor amiga
negó y volvió a preguntar si solo era para los chicos.
Serena,
la menos parlanchina de todas, soltó una risita, “¡Es que los enamorados se dan
besos! ¡Y se dan de la mano! ¡Y es para hacer bebes!” Salomé fastidiada se veía
desnuda andando por la calle.
“¡Enamorados,
es estar como en un sueño!” dijo Jacobo. “¡Es como flotar en el cielo!” añadió
Mauricio. “¡Con flores y tener alas!” afirmó moviendo la cabeza con rotundidad.
Una
vez más Salomé concluyó que para estar enamorado hay que ser un ángel.
Entonces
llegó Ernesto para meterse una vez más con Salomé insistió en hacer de las
suyas. ¡Nadie dijo una palabra! Pero Salomé, esta vez enredada en el suelo con
sus propios hilos pensó que sus amigos tendrían que explicarle a Ernesto urgentemente
que significa estar enamorado.
Ilustración Rébecca Dautremer.
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