En
el pupitre de siempre, se sentó. Sacó el último folio con los apuntes y algunos más en blanco y se puso a esperar a
que el profesor de matemáticas llegara al aula e iniciase la clase.Con la frente apoyada en la mano izquierda, y con el bolígrafo en la mano derecha, mataba el tiempo garabateando algunos dibujos en el margen del folio: una flor, un barquito, una silueta... Apartó los apuntes a un lado cogió su lápiz y en una hoja en blanco soltó su mano con toda la destreza que llevaba dentro, que era mucha, y se lanzó de lleno a dibujar.
Reparó
un momento en una voz de fondo que hablaba de ángulos, senos y cosenos y
levantó la vista de su pupitre. La clase había comenzado hacía rato, a juzgar por lo escrita que ya estaba la
pizarra. Guardó rápidamente el bosquejo que tenía entre las manos y se puso a
atender la lección. No sabía cuánto tiempo había pasado sin prestar atención.
Seguro que buena parte de la hora que duraba la clase, pero tuvo la sensación
de que el segundero del reloj apenas se
movió.
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