Otoño
fiel: ¡oh madurez! Cansancio.
El
fruto cae pesado, vuelve blando a la tierra,
se
consume en aroma que flota denso y bajo
con
un sopor caliente que inunda de inconsciencia.
El
hombre está en la sombra, tendido, fatigado,
y
dulce es el hastío, casi dulce la muerte,
demasiado
dulce la música que le hunde
en
un lento naufragio de pálidas caricias.
El
hombre diminuto padece mil ternuras,
juzga
cruel la terrible victoria de la vida,
se
espanta ante ese gozo de la tierra exaltada
que
sueña delirante sus nubes y sus monstruos.
¡Oh
fuerzas heroicas! ¡Viento oscuro! ¡Entusiasmo!
¡Oh
mar que se ilumina de venganza!
¡Oh
jóvenes, oh rápidas,
devastadoras
y alegres lluvias claras de marzo!
A
vosotras os llamo, y mi sangre se enciende.
con
dolor poderoso quisiera reteneros.
A
ti: ¡oh mar, oh vida, oh joven
cuerpo
tan fuerte como la inocencia!
Pero
el hombre es pequeño. Y tierno. Y resignado.
Llamamos
madurez a un cansancio de otoño.
Insistente
me hunde hacia dentro una muerte
que
pesa justamente lo mismo que mi cuerpo.
El
hombre cae sin fuerzas. Las ráfagas se alejan.
Sopores
vegetales sofocan su arrebato.
Pesada
y ciega sueña la carne mientras leves,
músicas
sin alma pueblan su vacío.
¡
Oh demasiado dulce !, tú invitas a la muerte,
pero
algo palpita con ansia todavía.
La
brisa dilata mi respirar pequeño,
lo
exalta hacia una vida transparente y lejana.
Ligero
ardor del aire, tú elevas de mi sangre
un
dios ágil, desnudo, más joven que yo mismo.
No
quiero, no, reposo. Luchar, vivir me basta,
contigo,
dios alegre de la muerte valiente.
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