Vivir
para saber que no has perdido,
si
acaso, el tiempo que ganaste a pulso.
Vivir
para aprender cada detalle
que
se posó delante de tus ojos.
Vivir
para soñar día tras día
con
que el sueño se cumple cada noche.
Vivir
para matar el gusanillo
del
olor a café por la mañana,
del
sabor a los besos recibidos,
del
tacto de una piel emancipada.
Vivir
para saciar la sed de vida,
en
el umbral del patio donde el agua
interpreta
su dulce melodía
junto
al canto discreto de los pájaros.
Vivir
para jugar a saltar olas
y
dar largos paseos por la playa,
mientras
el sol alarga días y sombras
en
los amaneceres del verano.
Vivir
para saltar tus propios muros
y
conseguir pasar al otro lado,
donde
aguardan de par en par abiertas
las
puertas del futuro.
Vivir
para entender por qué se vive.
Por
qué la soledad es compañera
o
enemiga que espera y desespera.
Vivir
para llevarle la contraria
a
los que ven la muerte como un juego.
Vivir
para morir a pierna suelta
con
la tranquilidad de haber vivido.
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