Aquella
mañana a Manel le estaba costando trabajo despertar. Había dormido
profundamente y, cuando subió la persiana, aún tenía los ojos pegados. Y así,
pegado, pegado a la ventana fue como se quedó durante un buen rato, mirando lo
que parecía una foto fija. El paisaje era el mismo de siempre, pero Manel
estaba pasmado. Era como si la vida fuera una película y alguien le hubiera
dado al pause.
Ilustración Marina Guerrero Martínez.
—
¿Hoy es domingo? —preguntó Manel aún medio dormido.
—No,
hoy es lunes —contestó su madre.
—
¿Cómo pueden haber desaparecido todas las personas y los coches? —se preguntaba
Manel,
mientras continuaba mirando por la ventana al tiempo que buscaba posibles explicaciones.
Pensó
que podrían haber llegado extraterrestres a la Tierra o que podía tratarse de
una invasión zombi. Y al imaginárselo, un escalofrío recorrió su cuerpo. En ese
preciso instante, un señor apareció caminando con las bolsas de la compra.
Manel corrió hasta la cocina (que daba a otra calle) y vio pasar un coche y a
una muchacha paseando un perro.
—
¡Mamá, mamá, hay gente! ¡Mira, hay gente! —gritó con alivio.
Su
madre se rio.
—Claro,
hijo, claro que hay gente —respondió con total normalidad.
Mientras
desayunaban pusieron la tele.
—Otra
vez hablando de la cuarentona esa en las noticias, ¡qué pesados! —dijo Manel.
—Cuarentona
no, cuarentena. Es cuarentena. La cuarentona soy yo —bromeó su madre.
Después
de desayunar, Manel cogió su mochila para ir al cole, pero cuando iba a salir
su madre le pidió que se sentara un momento porque quería explicarle algo.
Ilustración Marina Guerrero Martínez.
—Manel,
hoy no hay cole. Y mañana tampoco. En realidad, vamos a estar unos cuantos días
sin cole y sin salir de casa.
Su
madre le explicó que había una epidemia de un virus que estaba haciendo
enfermar a mucha gente, y que no podían salir hasta que no se fuera ese virus.
Para Manel aquello era parecido a estar en la cárcel, aunque al menos estaba
con sus padres y, en casa, tenían de todo.
Los
padres de Manel estaban muy asustados y ese miedo rápidamente se le contagió a
él también. En las noticias todo el tiempo estaban hablando del dichoso virus,
y la gente tampoco hablaba de otra cosa. Nadie se daba cuenta, pero cuando las
personas veían la tele o llamaban por teléfono se propagaba un nuevo virus: el
virus del miedo. El miedo se extendió rápidamente y paralizó el país. Mucha
gente perdió su trabajo y algunos tuvieron dificultades para poder salir
adelante. Era una situación difícil, porque el peligro del virus era real, pero
el miedo también podía llegar a ser muy peligroso.
Pasaron
unos meses y todo volvió a la normalidad. Los médicos habían advertido de que
el virus estaba bajo control, pero que no se había eliminado por completo, lo
que provocó que mucha gente continuara asustada.
El
primer día de cole se respiraba en el ambiente una mezcla de alegría y
extrañeza. Todo era como siempre pero, después de tanto tiempo encerrados, ir a
la escuela era algo nuevo y emocionante. Ya en clase, la maestra dedicó un buen
rato a hablar con sus alumnos sobre cómo se encontraban y cómo habían pasado el
encierro. Los niños fueron contando, uno a uno, sus experiencias. Todos
coincidían en que habían pasado miedo y que se había hecho duro estar tanto
tiempo sin salir de casa. Y muchos aún tenían miedo de poder contagiarse. La
única que no parecía tener interés en hablar era Sofía, que estaba dibujando
mientras escuchaba a sus compañeros.
—Sofía
—dijo la maestra—, ¿y tú tienes miedo?
—No
—, respondió escuetamente.
—
¿Pero has pasado miedo estos días en casa?
—La
verdad es que no. He estado muy a gusto estos días, aunque no he parado mucho
por casa.
—
¿No has estado mucho en casa?
—No
mucho, solo un poco entre viaje y viaje.
—
¡Pero si estaba prohibido salir de casa, e incluso había policía para hacer
cumplir esa norma!
—Pues
a mí no han podido encerrarme ni contagiarme el miedo.
La
profesora y los compañeros la miraban atónitos.
—
¿Y nos puedes contar a dónde has ido? —preguntó la maestra.
—
¡Claro! —Exclamó Sofía—. Primero di la vuelta al mundo en algo menos de ochenta
días, luego bajé hasta el centro de la Tierra, y desde ahí fui a la Luna. A la
vuelta, aterricé en una isla misteriosa, desde donde tuve que hacer veinte mil
leguas de viaje submarino para volver a casa.
—
¡Seño, está loca! —gritaron algunos compañeros mientras Sofía se reía.
—
¿De qué te ríes? —preguntó otro alumno.
—Será
de saber que estoy loca —contestó mientras seguía riendo.
En
ese momento la profesora empezó a reír también.
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—No
está loca —dijo la maestra—. Lo que pasa es que ha descubierto el antídoto
contra el miedo y el aburrimiento. Mañana seguiremos esta conversación cuando
hayáis hecho los siguientes deberes en casa. Anotad: Investigar en internet
quién fue Julio Verne, su vida y su obra. Y otra cosa antes de salir al recreo:
¿puedes enseñarnos lo que estás dibujando, Sofía?
—Sí,
mirad, es un gato que no para de molestar a un elefante que está junto a un
acantilado y, al final, por miedo a que le muerda o le arañe, el elefante acaba
despeñándose por el acantilado.
Apenas
había terminado de decir la última palabra cuando sonó el timbre del recreo, y
Sofía salió corriendo hacia el patio mientras gritaba: “¡libre, libre, soy
libre!”. Y Manel corrió tras ella, no sabemos si para jugar o para preguntarle
por aquellos viajes tan increíble.
Ilustración Marina Guerrero Martínez.
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