De
tu pueblo a tu hacienda te llevabas
la
cabellera en libertad y el pecho
guardado
por cien místicas aldabas.
Metías
en el coche los canarios,
la
máquina de Singer, la maceta,
la
canasta de pan... Y en el otoño
te
ibas rezando leguas de rosarios.
René,
el gigante perro del pastor,
en
un galope como si nadara,
te
escoltaba, buscándote la cara.
Y
detrás del René blanco y gigante
en
aquel mapamundi de ilusión
cabalgaba
sin brida el estudiante.
René
hacía tres veces el camino
yendo
y viniendo desde ti hasta mí,
ladrando
porque no y porque sí.
René,
acróbata de tu portezuela,
venía
a hacer brincar su corazón
escandaloso,
arriba de mi arzón.
Luego
mordía a las mulas; pero ellas,
al
peligroso paso de tu río
sólo
pedían, por sacarte salva,
transfigurarse
en un tiro de estrellas.
A
ti la voz confidencial del campo
de
mañana llamábate la hija
mayor
de la comarca, y en la tarde
de
todo lo creado la idea fija.
Del
mapamundi del amor, no más
yo
en estas vacaciones sobrevivo;
pero
fuera del mundo van un coche,
un
estudiante de Santo Tomás
y
un perro que les ladra sin motivo.
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