Tiene
diecinueve años. Moreno, alto, muy grandes
los
ojos. Después de la ducha, apenas envuelto
en
una toalla azul, se dejó caer en el sillón del estudio.
Estiró
los brazos a lo alto, como si se mirara
las
velludas axilas, y las piernas hacia el suelo,
haciendo
deslizarse, como un paño, la gran toalla.
El
cuerpo brillaba largo, con el cabello revuelto
y
tanto invisible fuego tan joven… Pensó:
¿cómo
describiría él esta postura, que no he buscado?
Era
verdad que no había intentado pose ninguna,
pero
la respuesta sería: Una melancolía fuertemente
sensual.
Seguro. Pues lo cierto era que pese al fulgor
del
cuerpo húmedo, de los lánguidos ojos y del pubis
exacto
y entrevisto, lo que sentía en ese momento
en
su interior era solamente el pasar del tiempo…
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