Abrió
la mano trágica; me tomó del cabello;
me
suspendió a la altura de su boca entreabierta;
y
todo el cuerpo flácido colgante de mi cuello,
se
balanceó en su risa, como una cosa muerta.
Un
coro de pavuras, en un grito reacio,
se
me subió a los labios atropelladamente;
y
Ella miró tan hondo, tan fijo, tan despacio
que
su mirada horrible me barrenó la frente.
¿Cuál
es la meta negra de sus designios rojos?
Aún
hoy sufro en el puño férreo que no se encorva
sus
mordeduras cálidas y sus ósculos fríos.
Yo
la miro hasta el fondo lóbrego de los ojos,
y
sólo hallo en sus ojos mi propia imagen torva
mirándose
en el fondo lóbrego de los míos.
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