domingo, 2 de octubre de 2016

UNA ORQUESTA BESTIAL.






Desde antes de amanecer, Paolo, el pavo, estaba ensayando en su piano una canción muy especial que quería dedicar a Gala, la granjera de la granja en la que vivía. Gala cumplía siete años al día siguiente y ¡siete años no se cumplen todos los días!

Muy de mañana, se había dirigido al río empujando su piano y se había puesto a ensayar:

—Ding, ding, ding, ding, dooooong… Esta última nota no acaba de salir bien —titó Paolo.

Ya empezaba a asomar el sol, cuando pasó cerca del río Gisela, la gallina, que le preguntó a Paolo qué hacía allí:

—Mañana es el cumpleaños de Gala y quiero componer una canción muy especial para regalársela —contestó Paolo.

— ¡Qué idea tan genial! —Cacareó Gisela— ¡Voy a buscar mi gaita y te ayudaré!

Al cabo de un momento, llegó Gisela con su gaita y los dos empezaron a tocar:

—Ding, ding, ding, ding, dooooong.

—Titititit, titititi, titittooooooo.

La última nota no acababa de salir bien, pero ellos seguían insistiendo.

Celedonio, el cerdo, que era un poco tímido, hacía un rato que escuchaba detrás de una azalea:

—Quizá, si os ayudo con mi clarinete…—gruñó muy bajito.

— ¡Estupendo! —dijeron a coro Paolo y Gisela.

Y los tres empezaron a hacer sonar sus instrumentos:

—Ding, ding, ding, ding, dooooong.

—Titititit, titititi, titittooooooo.

—Tarará, tarará, tararirooooooo.

— ¿Pero se puede saber qué es este alboroto? —Mugió Vidina, la vaca—. Si no sois capaces de componer una canción, es que sois unos músicos de pacotilla ¡Escuchad mi violín y aprended de mí!

Y empezó a tocar junto a Paolo, Gisela y Celedonio:

—Ding, ding, ding, ding, dooooong.

—Titititit, titititi, titittooooooo.

—Tarará, tarará, tararirooooooo.

—Binnz, binz, bonzzzzzzzzz.

En el río, los peces empezaron a alborotarse y Pantaleón, un anciano pirarucú, y Paulina, una perca muy presumida que siempre llevaba la aleta muy bien peinada, se unieron al grupo de músicos con sus panderetas:

—Ding, ding, ding, ding, dooooong.

—Titititit, titititi, titittooooooo.

—Tarará, tarará, tararirooooooo.

—Binnz, binz, bonzzzzzzzzz.

—Pam, pam, pooommm.

El sol ya estaba muy alto, cuando el resto de los animales de la granja, atraídos por la música, empezaron a llegar con sus instrumentos: Olivia, la oveja, con su oboe; Belinda, la burra, con su batería; y hasta se les sumo Ginés, el gato de Gala, con su guitarra:

—Ding, ding, ding, ding, dooooong.

—Titititit, titititi, titittooooooo.

—Tarará, tarará, tararirooooooo.

—Binnz, binz, bonzzzzzzzzz.

—Pam, pam, pooommm.

—Fiuuuuu, fiuuuuu, foooo.

—Chan, chan, chonnn.

—Rang, rang, rong.

No había forma. Algo fallaba. La última nota seguía saliendo muy mal y nadie sabía por qué:

—Es culpa de Olivia, que no entra a tiempo —maullaba Ginés.

—Es culpa de Vidina, que desentona —rebuznaba Belinda.

—Es culpa de Pantaleón y Paulina, que hacen demasiado ruido —graznaba Paolo.

—¡¡Basta!! ¡¡Silencio!! —Ululó Lucía, la lechuza, que desde el principio lo había observado todo desde lo alto de una higuera— El problema es que no hay un director. ¡Necesitáis que alguien dirija vuestra orquesta!

Los animales se quedaron pensativos, ¿quién podía dirigirlos? Después de discutir largamente, decidieron que le propondrían a Dámaso, el gran danés que vigilaba la granja, que fuera el director de la orquesta y Paloma y Paula, dos palomas que estaban entre el público, se fueron volando a buscarlo. No tardó mucho Dámaso en llegar con su batuta, un palito de cedro perfumado y, después de dar unos cuantos ladridos para organizar a los músicos, empezó el concierto:

—Ding, ding, ding, ding —sonaba el piano de Paolo, el pavo.

—Titititit, titititi, titittiiiiii —sonaba la gaita de Gisela, la gallina.

—Tarará, tarará, tarará —sonaba el clarinete de Celedonio, el cerdo.

—Binnz, binz, binz —sonaba el violín de Vidina, la vaca.

—Pam, pam, pam  —sonaban las panderetas de Pantaleón, el pirarucú, y Paulina, la perca.

—Fiuuuuu, fiuuuuu, fiuuuuu —sonaba el oboe de Olivia, la oveja.

-Chan, chan, chan – sonaba la batería de Belinda, la burra.

—Rang, rang, rang —sonaba la guitarra de Ginés, el gato.

Todos juntos, formaban una orquesta bestial y, a la mañana siguiente, Gala tuvo el mejor cumpleaños de toda su vida.

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