Cuando
te nombran,
me
roban un poquito de tu nombre;
parece
mentira
que
media docena de letras digan tanto.
Mi
locura sería deshacer las murallas con tu nombre,
iría
pintando todas las paredes,
no
quedaría un pozo
sin
que yo asomara
para
decir tu nombre,
ni
montaña de piedra
donde
yo no gritara
enseñándole
al eco
tus
seis letras distintas.
Mi
locura sería
enseñar
a las aves a cantarlo,
enseñar
a los peces a beberlo,
enseñar
a los hombres que no hay nada
como
volverme loco y repetir tu nombre.
Mi
locura sería olvidarme de todo,
de
las 22 letras restantes, de los números,
de
los libros leídos, de los versos creados.
Saludar
con tu nombre.
Pedir
pan con tu nombre.
–
siempre dice lo mismo- dirían a mi paso,
y
yo, tan orgullosa, tan feliz, tan campante.
Y
me iré al otro mundo con tu nombre en la boca,
a
todas las preguntas responderé tu nombre
–
los jueces y los santos no van a entender nada-
Dios
me condenaría a decirlo sin parar para siempre.
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