Desbautizar
el mundo,
sacrificar
el nombre de las cosas
para
ganar su presencia.
El
mundo es un llamado desnudo,
una
voz y no un nombre,
una
voz con su propio eco a cuestas.
Y
la palabra del hombre es una parte de esa voz,
no
una señal con el dedo,
ni
un rótulo de archivo,
ni
un perfil de diccionario,
ni
una cédula de identidad sonora,
ni
un banderín indicativo
de
la topografía del abismo.
El
oficio de la palabra,
más
allá de la pequeña miseria
y
la pequeña ternura de designar esto o aquello,
es
un acto de amor: crear presencia.
El
oficio de la palabra
es
la posibilidad de que el mundo diga al mundo,
la
posibilidad de que el mundo diga al hombre.
La
palabra: ese cuerpo hacia todo.
La
palabra: esos ojos abiertos.
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