Cuando
niño, buscaba yo fantasmas
en
calladas estancias, cuevas, ruinas
y
bosques estrellados; mis temerosos pasos
ansiaban
conversar con los difuntos.
Invocaba
esos nombres que la superstición
inculca.
En vano fue esa búsqueda.
Mientras
meditaba el sentido
de
la vida, a la hora en que el viento corteja
cuanto
vive y fecunda
nuevas
aves y plantas,
de
pronto sobre mí cayó tu sombra.
Mi
garganta exhaló un grito de éxtasis.
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