Las
costillas del tiempo se adormecen,
para
qué la insistencia de seguir preguntando.
Hay
un reloj que toma copas en la barra de un bar,
mira
al hombre que lleva por la mano, bosteza sin consuelo,
da
las diez igual que hace un buen rato dio las nueve,
como
dará las once si todo sigue igual.
En
el vaso de alcohol
una
lágrima lucha por mantenerse a flote.
Puedo
ponerme triste y hacer juegos
con
el resto de líquido
que
sobre el mostrador dejan los vasos,
pero
no es necesario,
por
qué insistir en este juego de la desesperanza.
Prefiero
que el reloj, o las manos, o el filo de mi barba,
se
tomen otra copa a mi salud,
que
el tiempo siga un poco borracho y se adormezca.
Será mucho mejor
que
cuando venga el dueño y diga que ya van a cerrar,
se
hayan ahogado las preguntas
y
las lágrimas sepan a cerveza.
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