Hace
muchos, muchos años, vivían en algún lugar de la tierra unas extrañas y
simpáticas criaturas conocidas como puntinotas, nombre que tomaron por la forma
redonda de sus cuerpos y el sonido que emitían.
Se
llamaban Do, Re, Mi, Fa, Sol, La y Si y cada uno dominaba una nota a la
perfección.
Cada
mañana, al salir el sol, salían de su madriguera y corrían al bosque. Podían
pasar horas sentados o colgados de las ramas de los árboles, donde practicaban
su sonido particular.
Es
cierto que Do, el más pesado, solía quedarse en tierra porque le era más
difícil trepar.
–Dooooooo.
Desde
muy arriba, el puntinota más pequeño le contestaba:
–Siiiiiiiiiiiiii.
Los
demás, repartidos sin ningún orden a lo alto y ancho del árbol, decían:
–Soooooooool.
–Reeeeee.
–Laaaaaaaaaaaa.
Los
pájaros siempre los miraban con asombro, porque pensaban que lo que hacían
quedaba muy lejos de su concepto de cantar. A veces, trataban de explicárselo y
les ponían un ejemplo:
–Piooo,
piooooooooo, piooo.
¡Eso
sí era música!
Mi
y Fa eran los más revoltosos y esperaban ansiosos a que los pájaros iniciaran
sus cantos. Cuando eso sucedía, corrían hacia ellos y saltaban sobre las ramas
al grito de:
–¡Miiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
–¡Faaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Y
se reían viéndolos marchar, despavoridos, hacia otro lugar más tranquilo.
Aunque
ambos se empeñaban en perseguirlos de árbol en árbol por todo el bosque.
–¡Faaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Do,
el que tenía la voz más grave, llevaba tiempo observando su sonido. Sabía que
jamás podría hacer como los pájaros, porque un puntinota solo era capaz de
entonar una única nota. Sin embargo, un día…
–¡Dooooooooooooooooooooo!
Reunió
al resto de sus compañeros y les sugirió que podían trabajar juntos y
coordinados. Les dijo que su voz era un auténtico don y que, como criaturas
escogidas, debían aspirar a mucho más que colgarse de las ramas o gritarles a
los pájaros en las orejas.
Entonces
decidieron organizarse.
Los
que tenían los sonidos graves ocuparon las ramas bajas del árbol y los agudos
las de arriba. Porque, con diferencia, los puntinotas que dominaban las notas
agudas eran más ágiles. Do trataba de marcar el tiempo de cada uno y, con el
paso de los días, el grupo llegó a probar miles y miles de combinaciones, hasta
que alguna de ellas sonaba bien y entonces la perfeccionaban:
–Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
–Doo.
–Re,
re.
–Do.
Pero
Mi y Fa prefirieron perseguir a sus pájaros y volvieron a saltar por los
árboles de rama en rama. Disfrutaban tendiéndoles alguna emboscada:
–¡Miiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
–
¡Pioooooooo!
Y
cuando los asustados animalitos pensaban que ya estaban a salvo…
–¡Faaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Do
comprendió que debía prescindir, por el momento, de Mi y de Fa. ¡No iban a los
ensayos! Pero sabía los necesitaba tanto como a los demás puntinotas y se
propuso trabajar duro e impresionarlos, para integrarlos al grupo. Así que
ensayó sin ellos hasta que, finalmente, logró el milagro.
Una
tarde, pidió a todos los pájaros que ocuparan los árboles de alrededor y
también sentó a Mi y a Fa sobre la hierba, a modo de público. ¡Tuvo que
pedirles que estuvieran muy quietos y en silencio un rato!
Entonces,
sus puntinotas ocuparon su lugar y comenzaron.
–Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
–Doo.
–Re,
re.
–Do.
–Si.
–La.
–Sol,
sol.
–La.
–Si,
siiii.
–La,
laaaaaaaaa.
Parece
que el tiempo se detuvo.
Fue
la música más bonita que se había oído en la tierra desde su creación, tan
hermosa que incluso los pájaros se rindieron a ella. En pocos segundos, el
campo se llenó de los más variados animales que corrieron a escuchar aquella
melodía, que iba a quedar, para siempre, en la memoria de todas sus
generaciones venideras.
Mi
y Fa estaban impresionados. ¡Tenían los ojos abiertos como platos! Y cuando sus
amigos terminaron, corrieron a ellos y los abrazaron a todos. ¡A partir de hoy
cantarían juntos!
Con
el equipo reunido, Do se sintió feliz.
No
sabía que había hecho uno de los descubrimientos más importantes de la
historia.
Había
nacido la música. Un arte maravilloso capaz, como ningún otro, de remover lo
más profundo de nuestros corazones.
Nadie
sabe dónde vivieron los puntinotas; pero todos los músicos celebran cada día su
existencia, cuando ponen sus nombres encima o debajo de las líneas de un
pentagrama, que bien podría ser la representación de las ramitas de los árboles
donde ensayaban, hace ya muchos, muchos años, aquellas criaturas.
AUTOR DEL CUENTO: José María de Arquer.
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