jueves, 28 de febrero de 2013

LADRÓN DE REALIDADES.



Ilustración Hajin Bae.
 
Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado....
 
 
Ilustración Paula Dominguez.
 
Y los gatos lo sabrán
La lluvia caerá aún
sobre tus dulces suelos,
una lluvia ligera
como una aliento o un paso.
Aún la brisa y el alba
florecerán ligeras
igual que con tu paso,
y entonces volverás.
Entre flores y alféizares...

QUEVEDO SOBRE LA VERDAD Y LA JUSTICIA.



Leer obra de FRANCISCO DE QUEVEDO es entender también la historia del país. Pero no la antigua solamente, sino seguir el hilo conductor que nos trae hasta el presente. Y no dejo de preguntarme últimamente de qué sería capaz de escribir Don Francisco si se topara con los casos de corrupción política y empresarial que han salpicado nuestra geografía, con los trapicheos de abogados y magistrados, con la connivencia de partidos representativos de los españoles, con la implicación de miembros de la monarquía del momento o con la persecución alevosa de uno de los pocos jueces que se ha atrevido a tomar en sus manos asuntos de dimensión especial. Bueno, lo que todos vamos sabiendo. Seguro que volvería Quevedo a escribir un nuevo libro de Sueños y a acrecentar su extenso fondo de poesías satíricas.
No es que consuele saber que allá por el 1600 estuviéramos igual que hoy, pero tiene tanto "filo" su pluma. Tres siglos después hay cosas que siguen siendo exactamente igual que las que nos retrata Quevedo con estos versos.

Toda esta vida es hurtar,
no es el ser ladrón afrenta,
que como este mundo es venta,
en él es proprio el robar.
Nadie verás castigar
porque hurta plata o cobre:
que al que azotan es por pobre
de suerte, favor y trazas.
 
Este mundo es juego de bazas,
que sólo el que roba triunfa y manda.
 
El escribano recibe
cuanto le dan sin estruendo,
y con hurtar escribiendo,
lo que hurta no se escribe.
El que bien hurta bien vive;
y es linaje más honrado
el hurtar que el ser Hurtado:
suple faltas, gana chazas.
 
Que este mundo es juego de bazas,
que sólo el que roba triunfa y manda.
 
Mejor es, si se repara,
para ser gran caballero,
el ser ladrón de dinero
que ser Ladrón de Guevara.
El alguacil con su vara,
con sus leyes el letrado,
con su mujer el casado
hurtan en públicas plazas.
 
Que este mundo es juego de bazas,
que sólo el que roba triunfa y manda.
 
El juez, en injustos tratos,
cobra de malo opinión,
porque hasta en la pasión
es parecido a Pilatos.
Protector es de los gatos,
porque rellenarlos gusta;
sólo la botarga es justa,
que en lo demás hay hilazas.
 
Este mundo es juego de bazas,
que sólo el que roba triunfa y manda.
 
Hay muchos rostros exentos,
hermosos cuanto tiranos,
que viven como escribanos
de fes y conocimientos:
por el que beben los vientos,
es al que la capa comen;
no hay suerte que no le tomen
con embustes y trapazas.
 
Este mundo es juego de bazas,
que sólo el que roba triunfa y manda.
 
 
Ilustración Silvia Alvarez Castellar.
 
 
 SATIRA DE QUEVEDO.
A un juez mercadería.
 
Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.
 
El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.
 
No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.
 
Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.


 
 

 
 
 
 
 
 
 
 



viernes, 22 de febrero de 2013

LADRÓN DE REALIDADES.




Entonces comprendió que para no volver a sufrir mal de amores, lo mejor sería, no volver a entregar su corazón.

BELFONDO. Jenn Díaz.




La novela está compuesta por veinte capítulos que, como fragmentos de un espejo roto, cuentan las historias individuales de los habitantes de Belfondo al mismo tiempo que crean una imagen sólida y compacta de la vida en el pueblo. Los diferentes personajes se entrecruzan, en mayor o menor medida, en las diferentes historias, y terminan reuniéndose en el capítulo o historia final. En Belfondo cabe de todo: desde amores prohibidos o inconfesados, pequeñas y ridículas venganzas y abusos terribles, hasta trabajos de lo más curiosos.



Belfondo es una pecera. Un pueblo creado por un cacique haciendo uso de sus tierras. Hasta él han llegado sus pobladores para comenzar una nueva vida, para huir del pasado o para asentarse definitivamente en un lugar donde el amo les proporcione trabajo, comida y cama. Evitando el exterior, el propietario del pueblo hará de él el único espacio que realmente vale la pena, el verdadero. A pesar de las experiencias que algunos  han tenido en el exterior, siempre acaban regresando. Con el paso del tiempo, cada uno ha ocupado su lugar. Arcadio, como maestro que enseña a todos menos a Otile, su esposa, a leer y a escribir. Horacio, el enterrador poeta, que se dedica a escribir epitafios en vida. Sontano, el cura invidente que recibe a Dios sin saber que éste es, en realidad, la mujer del amo. Beremunda, la prostituta que desconoce la familiar identidad de uno de sus clientes. Los empleados de la fábrica, muchos de ellos niños, que callan sus secretos. O la mujer del maestro que, sin saber leer, intentará interpretar el texto de una carta que, sospecha, es amorosa. Todos forman parte del microclima de Belfondo y actúan a espaldas del amo, curiosos por las vidas de sus vecinos, mezclándose atraídos por el deseo y el remolino de los sentimientos, inocentes y salvajes, pero con la inquietud y la necesidad de saber qué hay más allá de los límites del pueblo.

Complejo es el mundo en el que vivimos y nos criamos, deseando siempre escapar hacia la maravilla desconocida, dejar atrás aquello que avergüenza y estrangula los deseos de nuestros sueños, las verdades ocultas, apagadas, ponzoñosas de haber sido siempre referidas como si fueran enfermedades y pestilentes, alejada y oculta y silenciosa la verdad, sobre todo para uno mismo cuando aquella verdad, no depende de otros.


Hay algo maravilloso en este Belfondo y es su fuerza, la desfachatez de la juventud de su autora, que pone toda la carne en el asador en su primera novela. Jenn Díaz,  es poseedora de una prosa sencilla y rápida, que bebe de lo poético y se adapta a la cotidianidad del lenguaje de los habitantes de esta colonia fabril que es el Belfondo del título. Es ésta una novela que se devora, un debut cargado de buenos propósitos, una carta de presentación que augura un futuro prometedor a su autora.






jueves, 21 de febrero de 2013

EL CAMPANARIO.



Andrés aprendió muy rápido a leer los labios de la gente. No importaba si estaban a un paso o a diez pasos o a veinte pasos. Mientras le alcanzaba la vista, Andrés era capaz de leer los labios de la gente y adivinar lo que estaban hablando. Por eso, cuando era pequeño y obedecía a todo lo que su madre le mandaba, se ponía los dos en la ventana que  daba a la calle y espiaban a la gente.
¿Y ésa, Andrés, qué dice ésa?
Y Andrés la mayoría de las veces era fiel a las conversaciones, otras veces, cuando ya estaba aburrido, se las inventaba y creaba en su madre algunas dudas y remordimientos que tardaban días en olvidar.
La vida de Andrés siempre estuvo un poco apartada. Estuvo es esa frontera que podría decirse que era el margen, pero, por dentro, todavía formando parte de la vida de los demás, la vida que vulgar e injustamente se cree que es la normal. No se alejó de nadie voluntariamente, pero su falta de audición le había hecho vivir de otra manera. Dejó, por ejemplo, de asistir a las clases que daba el maestro en la vieja escuela donde todos habían cursados sus escasos estudios, porque según decía al encerrarse en el aula, el maestro tenía la manía de decir siempre las cosas más importantes cuando estaba de cara a la pizarra y, por lo tanto, le impedía leerle los labios y seguir el ritmo de la lección. Y como al hablar solía gritar un poco y no quería llamar la atención, decidió que no iría nunca más.
El hijo del tabernero le llevaba los apuntes que él cogía en clase para que Andrés no dejara nunca de aprender cosas. Durante el día, pues, el único quehacer de Andrés era esperarle can ansiedad.
Su madre se hartó de que su hijo de mantuviese siempre en ese margen que podría considerarse junto en la frontera y la llevó a casa del cura. Lo puso delante de él, muy cerca, dio un paso atrás y dijo:
-Ahí lo tiene que puede hacer con él.
Y en ese momento el cura se acercó a Andrés, que todavía no era ni hombre ni tampoco niño, y le dijo al oído:
-Tong, tong, tong.
Y su madre no entendía nasa, pero Andrés, que necesitaba siempre pocas palabras para comprender, comprendió. A los días se vio arriba del campanario, con una cuerda entre las manos, cogiendo aire, apretando la cuerda entre las manos y tirando y escuchando, lo más fuerte que había escuchado nunca, la hora que él mismo estaba dando: con su fuerza, con su ánimo, con su esfuerzo.
Y Andrés, de pronto, se vio con el tiempo en las manos. Pero literalmente. Cuando cogía la cuerda gruesa que con fuerza atraía hacía sí, sentía que estaba ahí, es sus manos, el tiempo, que podía tocarlo, que, si quería, podía soltarlo, o agarrarlo para siempre, o dejarlo suspendido, podía hacer con él lo que quisiera. Llegaba la hora en punto y cogía la cuerda como si no quisiera soltarla nunca y cerraba los ojos decía: “No voy a tirar, no voy a tirar de ella, nunca van a ser las tres”. Pero siempre había una energía superior y un sentimiento de responsabilidad que le hacía dar la hora, valga la redundancia, a la hora. Y cuando llegaban los cuartos cogía la cuerda y decía: “Un minuto más tarde, voy a hacer un minuto tarde, o dos, o los que a mí me apetezca, y nadie se dará cuenta porque el tiempo me pertenece a mí y a nadie más”. Pero siempre obedecía a algo que tenía dentro y repicaban las campanas cuando debían hacerlo.
Pero la tentación de detener el tiempo no cesaba.  Y una noche se acercaron dos muchachos, un chico y una chica, al campanario. Asomaron con timidez sus cabezas y a bien seguro se iba a espantar en verlos. Después de pedirle disculpas ahogando su nerviosismo, le preguntaron si podía ir atrasando, durante la hora que quedaba, los cuartos. Sólo un rato de nada, en cada cuarto, un poco más tarde. Se lo pedían con entusiasmo y apasionamiento: “Que sea la hora más larga del día.” Y brillaban sus ojos de ilusión, comprendiendo que Andrés se disponía a aceptar. Necesitaban pasar más tiempo juntos y llegar tarde les parecía a ambos una locura, teniendo en cuenta que, en su responsabilidad, estaba todo en juego para que el padre de la chica aceptara la proposición de matrimonio del chico. Andrés, que esperaba con ansia, como cuando llegaba el hijo del tabernero con un montón de hojas escritas, el momento de encontrar una razón de peso para violar el tiempo a su antojo, aceptó. Y no lo hizo por los chicos, lo hizo egoístamente por él, por el poder que le había dado su sordera. Así, en cada cuarto retrasó un poco y aquella noche todos los amantes del pueblo pudieron disfrutar de su amor unos minutos más. Después de pasar aquella hora, Andrés se sintió feliz.
Y se sintió feliz las demás veces que lo hizo, porque aquello se convirtió en una costumbre que, aunque casi todo el pueblo conocía, todos mantenían en secreto. Se empezaba a decir por algunos ambientes que Andrés modificaba, sobre todo por las noches cuando el tiempo no importaba tanto, según él, modificaba los cuartos por petición de sus vecinos. Así que aquella noche, como algunas noches anteriores a aquélla y Andrés lo sabía, se acercó el chico que le propuso la insólita petición. El hijo del tabernero. Se había dado cuenta que llevaba varias noches merodeando el campanario, sin atreverse a entrar nunca, siempre solo, alguna que otra vez discutiendo consigo mismo en voz baja, cambiando la dirección de sus pasos, ahora aquí y rápidos, ahora allá lentos y finalmente marchándose a casa. Esa actitud de su amigo, a Andrés, le desconcertaba, sin poder darle una explicación.
Así que por fin se acercó Julián, que así se llamaba el hijo del tabernero, decidiéndose a subir solo al campanario. Le pidió si podía atrasar la última hora. Andrés le pregunto para qué. Y Julián no supo qué contestar, pues había subido solo al campanario. Se sentó allí mismo, sin preguntar nada, como si en aquella pregunta de Andrés hubiera descubierto algo que hasta el momento desconocían Quizá no se había hecho esa pregunta, quizá simplemente quería comprobar lo que se siente al parar el tiempo, al decir, no, ahora no. Que todo esté en paz, que todos crean que es una hora y es otra.
Miró Andrés y le pareció ver en su rostro que no hacía falta una respuesta, le pareció que Andrés conocía bien esa sensación que él tenía, ese deseo creciente y ambiguo y confuso. No venía acompañado de la joven, como algunas ocasiones anteriores, no parecía que nadie le esperara en casa, no tenía prisa, no tenía tiempo, no tenía nada y, sin embargo, aquella noche deseaba que fuera más larga por alguna razón que no sabía ni podía darle ni reconocerse. Miró de nuevo a Andrés que se había sentado a su lado, lo miro de frente sabiendo que, sin leer los labios y en aquella oscuridad, la comunicación sería complicada.
-No sé, -dijo Julián- no sé por qué te quiero, pero te quiero.
Julián lo dijo gritando un poco, tal vez no era demasiado tarde para las explicaciones, y ese preciso instante, Andrés se levantó para dar el primer cuarto.
Ambos sonrieron agradecidos y complacientes, se sintieron en deuda el uno en el otro.
Y Andrés lo tenía muy claro. Lo tenía tan claro que no quiso decirlo por miedo a equivocarse, aunque estaba seguro de que no era así. Cerró los ojos y se acercó a la cara de Julián que se ruborizaba en la penumbra. Confiaba en aquella intuición que tenía con Julián, porque también era conocedor de su nombre, confió en aquello que los unía más allá de las palabras que sonaban, siempre tan lejanas, tan débiles, en sus oídos como en otro lugar. Cerró los ojos y esperó. Tenían el tiempo parado entre ambas manos y a Andrés le pareció buena idea esperar en silencio. Julián se le acercó y le beso un ojo, después le beso el otro. Después le acarició las orejas con los labios. Y después se acercó a sus labios y dijo muchas gracias y, con la eme de muchas, con ese gesto tan íntimo, besó su boca, la boca de Andrés, y sintió más que nunca que el tiempo les pertenecía a los dos, que fue en ese segundo cuando el tiempo quedó suspendido de veras y no antes, con el abandono de la cuerda.
Después del silencio que nadie sabría decir cuánto tiempo duró puesto que el tiempo era invisible entonces, se levantaron y subieron a lo alto del campanario. Andrés le cogió de la mano y le hizo tirar fuerte de la cuerda, la hizo sentir lo que era poner de nuevo en marche el tiempo, la vida. Después mientras todavía vibraba en el ambiente la campanada, Julián miraba a Andrés, a su perfil, apoyado en una de las paredes del campanario, miraba a su perfil dándole silenciosamente las gracias mientras los dos miraban el pueblo desde lo alto.
Lo miraba Andrés y se imaginaba a Julián caminando por todos esos lugares, ocultando para siempre la eternidad de un momento detenido, ocultando aquello imposible que les unía para siempre o para un rato, todavía no se podía saber. Pero sabían que se querían.
Andrés volvió a confiar en esa comunicación que distaban tanto de las palabras y le dijo a Julián que se marcharan juntos, que se olvidaran de las ataduras, del miedo, de la incomprensión, del rechazo. Que vivieran. Julián le pregunto a donde le gustaría ir.
Como si supiera lo que él le estaba confesando en silencio. Como si fuera posible aquello en lo que Andrés confiaba ciegamente. Lo preguntó porque intuyó en sus ojos el deseo de volar hacia otras tierras, hacia alguna que su amor de construyera con libertad. Pero Julián no se había puesto delante de Andrés y no había podido leerle los labios y descifrar su mensaje. Y comprendió que todo el paisaje que estaban viendo desde arriba lo separaba de Andrés. Y quiso ponerse delante del paisaje, para que Andrés no pudiera ver el paisaje, sino verlo a él, estar por encima de todo lo que les rodeaba. Y volvió a repetírselo. En ese instante se volvieron a besar sin detener el tiempo.
 

    Ilustración Alberto Pancorbo.

viernes, 15 de febrero de 2013

LADRÓN DE REALIDADES.





Sensualidad, fascinación, peligro, vértigo, seducción, placer, inconsciencia, fantasía, lujuria, juego, deseo, pasión, fiebre... en la coctelera de tus formas se agitan tantos ingredientes que quien te prueba se envenena.

LA LIBRERIA DE LAS NUEVAS OPORTUNIDADES. Anjali Banerjee.



Creo que este tipo de libros llaman irremediablemente la atención de los lectores habituales. ¿Alguno de vosotros puede resistirse a, como mínimo, coger el libro de la estantería y ver de qué va? Difícil no hacerlo me parece a mí con un título en el que aparece la palabra “librería” y una atractiva (para los lectores) portada, en la que podemos ver una gran pila de libros y una chica acurrucada en posición fetal sobre ellos. Este subgénero de los libros que tratan sobre libros es un gancho irresistible para los lectores empedernidos. Pocas cosas hay que nos gusten más que encontrarnos entre las páginas de un libro un protagonista con la misma pasión lectora que nosotros.

LA LIBRERIA DE LAS NUEVAS OPORTUNIDADES es una encantadora historia sobre una librería con mucho carácter que sólo precisa de alguien que la escuche con atención. Al lector le resultará imposible resistirse a la isla de Shelter, a los peculiares clientes, a las voces de Kipling o de Dickinson, e incluso al clima lluvioso junto al mar. Anjali Banerjee sabe recrear una atmósfera acogedora y mágica, pero muy adulta, para envolver a una protagonista que sufre y que está cerrada al mundo, pero sin caer en un dramatismo incómodo o exagerado. Se trata de una historia sencilla porque la riqueza de esta novela no debe buscarse en la trama sino en los matices que aportan los libros y sus autores, en la relación de Jasmine y Ruma con la librería. La librería de las nuevas oportunidades es un claro ejemplo de que no hace falta escribir una gran novela para cautivar al lector, tan solo tratarle con respeto y ofrecerle algo único y precioso, como una piedra de colores a la orilla del mar. Banerjee escribe con soltura y tiene una prosa ágil y original que no se enreda ni siquiera en los diálogos y que sabe trasmitir con franqueza el ánimo de sus protagonistas y el misterio de una librería que respira.


Así me imagino yo como seria la librería... Es un libro para fantasear, pues este libro pone en bandeja que la imaginación tome alas. No es un libro de culto, ni una obra maestra, ni siquiera me atrevería a decir imprescindible. Es más bien una bonita historia que cualquier amante lego de la literatura disfruta desde la complicidad de quien le gustaría visitar un lugar así. Cautivadora de mentes fantasiosas que divagan por las páginas de papel. Si te sientes un poco así, este es un buen lugar donde pararse, cerrar los ojos y dejarse hechizar aunque sea desde el ilusionismo de un lector entre miles.
Se trata de una novela muy fácil de leer, con un estilo sencillo, diáfano que se lee prácticamente solo. Entre sus virtudes está el aproximarse a cierto misticismo propio de la cultura hindú a la que pertenece la familia principal y por supuesto el mundo de los libros, que dejan de ser simples objetos para desempolvar la magia de algunos clásicos en una versión  onírica, entrañable y con regusto simpático.
 
Un fragmento del libro:




— ¿Qué tal tu cita de anoche? —pregunta Tony, acercándose al tiempo que retira el precinto de la caja.

—Me besó, eso es todo.

— ¿Y qué sentiste?
Saca unos cuantos libros de la caja y empieza a colocarlos en los huecos de las estanterías.
—Como si me besaran. No lo sé. Agradable, fue agradable.
— ¿Sensual?
—Sí, eso también.
Me ruborizo al recordarlo.

Una interesante entrevista donde se repasa toda su obra: ANJALI BANERJEE.


jueves, 14 de febrero de 2013

ENAMORADOS. Autor: Rébecca Dautremer.



Ilustración Rébecca Dautremer.
 
 
Era un grupo de marionetas, todas ellas tan dispares entre sí que apenas tenían casi nada en común. Todas ellas de una forma, de un tamaño, una manera de vestir diferente; y por eso, las hacia tan interesantes y divertidas para jugar. Pero todas ellas al quedarse a solas en el cuarto de los juegos tomaban vida, tenían una vida de madera e hilos que les hacia moverse a su antojo, eran en esos momentos cuando más se parecían al comportamiento de un niño. El grupo lo formaban doce marionetas junto a los dos protagonistas Ernesto y Salomé.
Ernesto era la marioneta mas rebelde, travieso y a quien más le gustaba fastidiar a las demás, pero especialmente a Salomé. Esté era algo mayor, aunque no mucho, pero esa diferencia le otorgada un cierto poder de mando para hacer lo que quisiera. Vestía con unos pantalones bombachos de color rojo intenso, un jersey a rayas horizontales blancas y rojas, encima un jersey de manga corta tostado con un corazón en el pecho también rojo como los pantalones. Unas zapatillas que en un principio tuvieron que ser blancas. Llevaba siempre consigo una mochila colgada a la espalda que le sobresalía un palo, el cual lo utilizaba para fastidiar a las demás marionetas. Un pelo encrespado, enmarañado como si no se hubiese peinado nunca. Su cara redonda le sobresalía una nariz recta y perfilada, con ojos vivaces y saltones y siempre llevaba las mejillas sonrosadas.
Salomé en cambio era más pequeña, su cuerpo no aun no se había desarrollado, esa era la impresión que tenia ella de sí misma, tenía el pelo largo y negro, lo sujetaba con una diadema color rosa; su vestido, rojo moteado de copos blancos tenia la forma de un pequeño globo, se cubría con una chaqueta rosa con capucha que solía ponérsela los días de lluvia y centro de atención de Ernesto para sus fechorías. Calzaba unos zapatos anudados en la parte superior. Usaba gafas redondas, algo más grandes que el ovalo de su cara  llena de pecas que se repartían por sus mejillas.
Legó el día que Salomé fue a contar a su madre todo lo que Ernesto le había hecho. Tan enfadada y tan harta estaba de que siempre se mentira con ella y le hiciera las mil fechorías. Le dijo: que le había tirado del pelo, le había quitado el sombrero, le había arrancado las gafas, que le había tirado los libros de su bolsa, casi se cae y casi le da con el bastón.
Su madre la escuchaba con una sonrisilla en labios, era igualita que Salomé pero más mayor, entonces le dijo que sin duda Ernesto era un bruto y que lo más seguro era que quería jugar con ella, pero no sabía cómo decírselo. A Salomé esa contestación y la excusa de su madre  no le gusto, ni la entusiasmaron. Cuando más sorprendida quedó fue cuando le dijo que también podía ser que estuviera enamorado de Salomé.
 

Ilustración Rébecca Dautremer.

En el recreo, Candela, la más alta de todas, las de la piernas largas enfundadas en una medias a rayas con una zapatillas azules como el cielo una cazadora a juego con las zapatillas y una bufanda anudada al cuello naranja más larga que ella que le daba dos vueltas. Con un cabello liso rubio y largo, dijo: “¡Enamorado de Salomé! Y ¿Qué es estar enamorado?” Todas las marionetas se reunieron alrededor de Salomé, está no sabía que contestar, no sabía qué era aquella cosa morada que le sucedía. Mientras tanto Ernesto los oía sin que el grupo percibiera su presencia un  poco incomodo por el descubrimiento.
Guillermo, tenía un cuerpo parecido a una tienda de indio, nadie le había visto las piernas, llevaba una espacie de vestido largo compuesto por tres franjas de colores diferentes anudado con botones de arriba abajo tenía cara de bobalicón; sabía y había oído era que se cae de amor. Todos se imaginaron resbalando por una pendiente o cayendo directamente desde el cielo. Salomé se había caído de la bicicleta muchas veces, pero por amor nunca. A nadie le gusto esa definición.
“¡Los enamorados son cosas de cuentos!” dijo Mateo. El más mayor de todos, siempre vestido como un monaguillo y con su inseparable gorra con la visera levemente levantada. “Como los príncipes y las princesas; con vestidos bonitos; con espadas; reyes y reinas; dragones.” aclaró. Entonces Salomé pregunto tímidamente “¿Si los enamorados eran de mentira?”
Nicolás creía que cuando alguien está enamorado se pone triste, y le da vergüenza se le pone la cara colorada. “¡Es como hipnotizado!” dijo Lucas sin pensar. Salomé comprendió entonces que es como volverse un poco loco.
La pequeña Micaela, la más inocente de todas; la que llevaba un peto como vestido: falda blanca a motitas azules pequeñas que parecía un cielo estrellado, la parte de arriba color marrón debajo llevaba un camisa blanca, con un pañuelo anudado a la cabeza azul con flores blanca, era la única pelirroja. Se aventuro a decir que había oído algo de un rayo que te atraviesa. “¡es fuego!, ¿Y quema? ¡Es un relámpago! ¡Es una tormenta!” Pregunto Lorena, esta era un poco distinta a las demás, era más moderna en todos los aspectos, había sido traída de la capital: “¿Entonces llueve?”. Salomé llego a otra conclusión, que para estar enamorada hay que llevar paraguas.
Pero Tomas, el más pequeño de todos, hermano de Mateo, porque vestían igual; dijo que eso es una cosa del corazón. “¿Quieres decir que te duele el corazón? ¿Y te da fiebre? ¿Y no puedes hablar? ¿Entonces te pones enfermo?” Cada uno formulo una pregunta, mientras empezaban a sentirse enfermos. A la vez suspirando dijo Salomé: “¡Qué cansado debe ser estar enamorado!”
“¡Hay que ser dos para estar enamorados!”-aseguro Juana con una vocecilla delicada, era la más pasaba desapercibida, con vestido verde estampada con una flor azul, un jersey azul oscuro y una bolsa roja colgada en forma de bandolera, unas medias blancas con zapatitos grises. “¿Y uno solo no se puede?” aclaró. Y tres, y cuatro, y cinco… ¡ala todos…! Salomé un poco cansada de todo este embrollo se pregunto cuántos tenían que ser.
Ana, sabía que estar enamorado era para casarse, vestida en dos tonalidades de gris, se diferenciaba de las demás por llevar dos coletas. Aseguro que era. “¡Es para los señores y las señoras! ¡Es para los papás y las mamás!” Volvió  a pensar Salomé hay que ser mayor para estar enamorados.
“¡Puff! Estar enamorados, eso no pasa nunca”, suspiro Leonardo. Era la única marioneta de color, resaltaba por su jersey rojo estampado en el pecho el numero uno. “¡Si que pasa, cada día! ¡Y es para siempre!” le contradijeron. “¿Y para cinco minutos no?” pregunto otra marioneta. “¡No!, ¡es para toda la vida!” Pero, ¿eso es demasiado tiempo?” Dijo Salomé.
“¡Estar enamorado es algo muy importante!” Decretó Manuela, la mejor amiga de Salomé. “¡Es para una profesora! ¡Es para tu mejor amiga! ¡Es para tu hermana!” Tanto le choco a Salomé que le pregunto si era solo para las chicas. Su mejor amiga negó y volvió a preguntar si solo era para los chicos.
Serena, la menos parlanchina de todas, soltó una risita, “¡Es que los enamorados se dan besos! ¡Y se dan de la mano! ¡Y es para hacer bebes!” Salomé fastidiada se veía desnuda andando por la calle.
“¡Enamorados, es estar como en un sueño!” dijo Jacobo. “¡Es como flotar en el cielo!” añadió Mauricio. “¡Con flores y tener alas!” afirmó moviendo la cabeza con rotundidad.
Una vez más Salomé concluyó que para estar enamorado hay que ser un ángel.
Entonces llegó Ernesto para meterse una vez más con Salomé insistió en hacer de las suyas. ¡Nadie dijo una palabra! Pero Salomé, esta vez enredada en el suelo con sus propios hilos pensó que sus amigos tendrían que explicarle a Ernesto urgentemente que significa estar enamorado.
 

Ilustración Rébecca Dautremer.

FELIZ DÍA DE SAN VALENTÍN.



Ilustración Sylvie Daigneault.
 
ROMANTICISMO.
Karmelo C. Iribarren.

 Dice que le regalé una estrella,
dice que fue en el puerto,
una noche de domingo,
cuando empezábamos a salir.
 Yo no recuerdo nada, la verdad,
hace media vida de eso. Pero,
vete tú a saber. Bien mirado, puede
que hasta sea cierto: veinte años,
tonto perdido de amor,
y sin un duro en el bolsillo…
Qué otra cosa le vas a regalar.
 

viernes, 8 de febrero de 2013

CARNAVAL.


Cada mes tiene sus fiestas. Carnaval es la fiesta más típica de febrero. Os deseamos a todos y todas un alegre, musical, coloreado, original, fantástico y maravilloso Carnaval. Febrero carnavalesco, bonito y risueño.

Ilustración Eugenia Bonati.
 
Colorín de colorines
que se acerca el carnaval;
no seré el niño de siempre,
pues me voy a disfrazar.
Y seré por unos días
lo que a mí me guste más:
un payaso de ojos tristes
o un valiente general.
 Algún torero famoso
que en el ruedo ha de triunfar,
con bello traje de luces
y capote de verdad.
O seré un astuto "Zorro".
o un Robot o Peter Pan;
o un astronauta engreído,
o aquél que investiga el mar...
Serpentinas, papelillos,
caramelos al pasar...
¡Colorín de colorines,
que ya llega el carnaval!
 
 
Ilustración Kim Shi-Hee.

jueves, 7 de febrero de 2013

LA TABLA ESMERALDA. CARLA MONTERO.



La tabla esmeralda es un libro difícil de encuadrar ya que en su interior encontramos una combinación de elementos que dificultan o incluso diría que hacen imposible esta tarea.
Podemos decir que por un lado es un thriller porque tiene una parte de intriga, pero también tiene una historia de amor, parte histórica y bélica, dando como resultado un conjunto atractivo que puede encajar en los gustos de un número amplio de lectores con unos resultados creo que bastante positivos. Me gustan mucho las novelas que combinan más de una línea temporal en su argumento. Dos son las historias que transcurren paralelas a lo largo de las páginas de La tabla esmeralda.

 Por un lado nos situamos en la actualidad, donde Ana García-Brest, una investigadora de Historia del Arte del Museo del Prado y cuyo novio Konrad es un multimillonario alemán coleccionista de arte, recibe el encargo por parte de éste de investigar sobre un misterioso cuadro de GIORGIONE llamado "El Astrólogo" sobre el que solamente tienen una pista que es una carta escrita en el periodo de la Segunda Guerra Mundial y en la que se hace referencia a esta obra. Es así como Ana se traslada a París donde conocerá a Alain Arnoux, un investigador de la universidad de la Sorbona especialista en localizar obras de arte expoliadas por los nazis quien le ayudará en la investigación que está llevando a cabo.

Por otra parte tenemos la trama que nos traslada a la época pasada, partiendo del año 1942 en un París ocupado por los nazis donde el comandante de las SS, Georg von Bergheim recibe el encargo de encontrar un cuadro de Giorgione conocido como "El Astrólogo" cuya búsqueda le lleva hasta los Bauer. Es así como los miembros de esta familia judía son apresados por los nazis, siendo su hija Sarah la única que consigue huir escondiendo el cuadro que su padre le entrega antes de ponerla a salvo. Sarah se convertirá en protectora del cuadro al mismo tiempo que intentará sobrevivir como pueda, logrando pasar desapercibida ante los alemanes que están por todos los rincones de la ciudad y contando con la ayuda de su amigo Jacob, un joven también judío que trabajaba para su familia. En compañía de Sarah iremos descubriendo los terribles hechos que marcaron estos años al mismo tiempo que asistimos a la evolución en la vida de la joven.
Uno de los puntos más interesantes desde mi punto de vista es el tema que utiliza como base para dar forma a la historia, el expolio de obras de arte durante el periodo de la Segunda Guerra Mundial. Ha sido la primera novela que leo que aborda esta temática y me ha resultado muy interesante por lo que agradezco la buena labor de documentación que ha llevado a cabo la autora para ambientar la obra. Cada uno de los capítulos del pasado se inicia con un párrafo que nos da una breve idea de la situación en la que se encuentra la guerra en ese momento, haciendo hincapié en algunos hechos que tuvieron relevancia. Esto es una gran ayuda para que nos podamos situar en el contexto y sirve a la hora de entender las acciones llevadas a cabo por los personajes. Ambientación y contexto histórico están muy cuidados, consiguiendo trasladar al lector a la época de la ocupación nazi en París, con el ambiente que se vivía en sus calles, los enfrentamientos, el miedo y el desconocimiento de lo que realmente estaba ocurriendo entre otros aspectos, sin olvidar hechos que realmente tuvieron lugar como la redada del velódromo de invierno.


En conclusión y a pesar de que la parte actual no resulta tan interesante, considero que La tabla esmeralda es una lectura muy recomendable con cuya historia disfrutarán un amplio número de lectores. Brillante y la que hace disfrutar de una lectura de verdadera calidad, con una historia bien planteada, con personajes interesantes y con una ambientación y documentación muy bien trabajadas. Es una obra extensa pero que se lee muy bien debido a que sigue un ritmo fluido y nos acerca a un tema quizás no muy conocido como es el expolio de obras de arte durante el periodo de la Segunda Guerra Mundial.



martes, 5 de febrero de 2013

AL BORDE.



Ilustración Victoria Frances.
 
Esto es un pequeño homenaje para aquellas mujeres que lo padecen o lo han padecido y para sus familias:
 
VIOLETA
Violeta está frente al espejo. Tiene unos hermosos ojos verdes que, aunque tristes, no han perdido las ganas de vivir. Apenas se reconoce. Se observa escudriñando cualquier gesto que la identifique.
Se toca suavemente la cabeza  afeitada. Llora. Piensa que todo saldrá bien, que ha tenido suerte. Hoy no se pondrá pañuelo para ir la calle, ni gorra, hoy no esconderá su sufrimiento ni su lucha.
Violeta tiene cáncer. Cada letra le duele pero no la esconde y cientos de agujas le arañan un poquito la vida para tejerla de nuevo.
 
Texto: Yolanda Martínez Aranda.
 
 

UN SUSURRO DE TINTA.





Hoy inauguro esta sección con el único propósito del amor por la lectura. Es algo que se aprende pero no se enseña. De la misma forma que nadie puede obligarnos a enamorarnos, nadie puede obligarnos a amar a un libro. Son cosas que ocurren por razones misteriosas, pero de lo que sí estoy convencido es que a cada uno de nosotros hay un libro que nos espera. En algún lugar de la biblioteca hay una página que ha sido escrita para nosotros.

Leer es una destreza. Mientras más se practica, mejor se hace. Mientras mejor se hace, menos esfuerzo se requiere. Mientras menos esfuerzo se requiere, más se puede y se quiere hacer por leer .


El año es largo, tenemos meses, semanas, horas, minutos para la buena lectura. En esta poesía cada mes hay una buena escusa para la lectura.
MESES
(Maria Alicia Esain)
En enero,
los libros van primero.
En febrero,
leer es lo certero.
Marzo llega,
poemas en espera.
Para abril,
los cuentos serán mil.
Para mayo,
leyendo sin desmayo.
Mes de junio,
¡Poesía en plenilunio!
¿Sol de julio?
Lecturas para estudio.
Si es agosto,
leer no tiene costo.
¿Leer en septiembre?
¡A saltos como liebres!
Octubre asoma ...
¡cuentos a las palomas!
¿Noviembre vino?
¡Leer con los zorrinos!
¡Diciembre, al fin!
Leer como en abril.