Son
las tres de la tarde, julio, Castilla.
El
sol no alumbra, que arde, ciega, no brilla.
La
luz es una llama que abrasa el cielo,
ni
una brisa una rama mueve en el suelo.
Desde
el hombre a la mosca todo se enerva,
la
culebra se enrosca bajo la yerba,
la
perdiz por la siembra suelta no corre,
y
el cigüeño a la hembra deja en la torre.
Ni
el topo, de galbana, se asoma a su hoyo
ni
el mosco pez se afana contra el arroyo
ni
hoza la comadreja por la montaña
ni
labra miel la abeja ni hila la araña.
La
agua el aire no arruga, la mies no ondea,
ni
las flores la oruga torpe babea,
todo
al fuego se agosta del seco estío,
duerme
hasta la langosta sobre el plantío.
Sólo
yo velo y gozo fresco y sereno,
sólo
yo de alborozo me siento lleno,
porque
mi Rosa,
reclinada
en mi seno,
duerme
y reposa.
Voraz
la tierra tuesta el sol del estío,
mas
el bosque nos presta su toldo umbrío.
Donde
Rosa se acuesta brota el rocío,
susurra
la floresta, murmura el río.
¡Duerme
en calma tu siesta, dulce bien mío!
¡Duerme
entretanto
que
yo te velo, duerme,
que
yo te canto!