viernes, 26 de octubre de 2012

LADRÓN DE REALIDADES.



Abro un libro y todo lo que sueño aparece.
A veces, incluso aquello que el autor no dijo, está cerca de mí mientras leo...
Pero todos los milagros posibles ocurren al hablar de esos libros que tuvimos, tocamos, amamos, perdimos y, como por arte de magia, nos llegan envueltos en un papel del ayer con la sugerencia de, que con sus páginas, volvamos a navegar el mundo de hoy.
 


 


jueves, 25 de octubre de 2012

LA LIMOSNA.




Quizá para muchos no tenga interés lo que voy a contar; pero como a mí me conmovió profundamente, por nada de este mundo se me queda esta narración en el buche, y de soltarla tengo, sea cual fuere la suerte que deba correr, y arrostrando el peligro de que algunos llamen sensibilidad a lo que los más califiquen de sensiblería.

Pero los hechos son como los acordes de la música: algunos los escuchamos sin conmovernos, y hay otros que tienen resonancia inexplicable en las más delicadas fibras del corazón o del cerebro, y de los cuales decimos, o pensamos sin decirlo: Esas notas son mías.
En una de las ciudades del Norte de la República mexicana vivía Julián. No sé cómo se apellidaba, pues por Julián no más le conocíamos, y era un hombre feliz. Un herrero honrado y laborioso, mocetón membrudo y sano, que en su oficio ganaba más que necesitar podía para vivir con su familia. Por supuesto que no era rico, o mejor dicho, acaudalado. Tenía una pequeña casita en los suburbios de la ciudad, y allí, como en un nido de palomas, habitaban la madre, la esposa y el hijo de Julián. Allí todo el mundo se levantaba antes que el sol; allí se trabajaba, se cantaba y se comía el pan de la alegría y de la honradez.
Julián volvía los sábados cargado con el producto de su trabajo semanal; íntegro lo ponía en manos de su mujer, y ella sabia distribuirlo con tanta economía y tanto acierto, que el dinero parecía multiplicarse entre sus manos. Era el constante milagro de los cinco panes repetido sin interrupción, y no se olvidaban ni faltaban nunca los cigarros para Julián, ni la copita de aguardiente, antes de la comida, para la suegra.
El chico se llamaba Juanito: fresco, limpio, alegre y con sus dos años encima, como si tuviera ochenta, vacilaba corriendo tras de las gallinas en los corrales o arrancando las flores en el jardincito de la casa. Pero era tan cariñoso y tan zalamero, que cada una de esas travesurillas le valía un rosario de besos del padre, de la madre o de la abuelita, que él recibía riéndose a carcajadas y mostrando su desigual y naciente dentadura.
Una tarde Julián esperaba en el taller el pago de sus trabajos de la semana. Repentinamente oyó la campana de su parroquia tocando a fuego, y sintió que el corazón le daba un vuelco. No había motivo de alarmarse; la parroquia tenía gran caserío, y, sin embargo, él sintió que su casa era la que ardía. Echó a correr precipitadamente, y era verdad: las llamas devoraban aquella habitación pocas horas antes tan dichosa.
Todos los esfuerzos habían sido inútiles: nadie pudo escapar del fuego. Julián no preguntó ni los detalles; en una hora lo había perdido todo en el mundo. Quedó sin sentido; alguna familia cariñosa lo arrancó de allí, y por más de seis meses no volvió a saberse de él.
Habían pasado cuatro años ya, y Julián, siempre triste, seguía asistiendo con su acostumbrada puntualidad al taller. Tomaba de su salario lo que estrictamente necesitaba para mantenerse, y repartía lo demás entre los pobres de su parroquia. Los sábados, sin embargo, tenía una extraña costumbre. Salía por las calles con una guitarra; entraba en las casas y cantaba con una voz muy dulce canciones tan melancólicas y tan desconocidas, que los hombres se conmovían y las mujeres lloraban; y después, cuando alguna de ellas, enternecida, le llamaba para darle algo de dinero, él decía con un acento profundamente triste: "No, señora, no quiero dinero; ya me han pagado ustedes, porque sólo vengo a pedir limosna de llanto".



Autor del cuento: Vicente Riva Palacio.

jueves, 18 de octubre de 2012

ESTA MANO QUE TODOS VEN.

El tema de la ausencia, no oculta la regla de su composición. Recuerdos, nostalgias, noches y deseos, ruinas y fracasos, vida y muerte son como sonoras palabras que abrevian una larga experiencia. El follaje es espeso, acaso intenso, pero la flor íntima ¿dónde encontrarla? La dulzura y el calor íntimo lo protegen, su presencia no puede reducirse a la suma de palabras que lo compone. Alegorías de cosas que van sucediendo, casi clandestinas en apariencias comunes.
 El encuentro de los amantes, los rostros perdidos y los besos obligados. Y el cansancio. Y el desmoronamiento. Todos los estados del alma, en una confesión íntima, en su concepción más poética, creando y recreando una y otra vez, sin concesión alguna, la estética del pesimismo y la esética del dolor.


Ilustración Nacho Castro.

Esta mano nerviosa y pequeña que todos ven,
esta mano de uñas pintadas y piel frágil
ha cometido sin temblar
oscuros asesinatos fracasados
y algún suicidio rencoroso
en el abandono de la almohada y las lágrimas.
Esta mano ha mentido en salones y calles
con ceremonias usadas y ajenas.
En habitaciones oscuras, esta mano
ha huido de la ternura,
pero lenta como ola de aceite
ha dado placer a los cuerpos.
Esta mano ha ordenado en filas las palabras
para llevarlas al abismo
y hacerlas decir ya sin aliento
del esplendor de las pobres emociones,
del desplome de las ruinas aún en pie,
de la sal viva en las pestañas.
Esta mano ha robado en duermevela
cosas que nunca se atrevió a hacer suyas
y ahora en su palma sólo tiene roces
y el vacío en el que estuvo otra mano.
Esta mano tiene atravesadas las líneas
de una vida que se perdió
porque no supo, no comprendió, no quiso.


 


Libro de poemas "Hola, soledad".

jueves, 11 de octubre de 2012

INTIMIDAD SOSEGADA.



Leí un poema de Edward Hirsch sobre la felicidad que termina con estos versos:
“Mi cabeza es como la luz celeste. / Mi corazón es como el amanecer.”

Ilustración Helen Sear.

Creo que a veces, no siempre, cuando oigo música, mi cabeza es como la luz celeste. Sin ningún esfuerzo por mi parte, me sobreviene la dicha. No me sucede a menudo, pero soy feliz cuando estoy en intima comunión con las notas y esa sensación de felicidad. A veces creo que con eso me basta, con los pocos momentos de éxtasis en una vida de grisura. Las montañas no existirían sin los valles. Para mí esos episodios, ese solaz inmenso, son como una ópera de Wagner. La historia arranca, la tensión aumenta, la música fluye y refluye, las cuerdas, los metales, más tensión, y de pronto un momento de pura felicidad. Gabriel hace sonar su trompeta dorada, un perfume de ambrosía impregna el aire, y los dioses descienden del Olimpo y danzan. Esta cumbre de éxtasis es de la más celestial.
¿Por qué empeñarse en ser diferente de la gente normal? ¿Por qué iba a querer ser normal?

Ilustración Ravski.

Ay, pobre vanidad de carne y hueso llamada hombre, 
¿no ves que no tienes absolutamente ninguna importancia?

En esos momentos dejo de ser quien soy, y sin embargo soy plenamente yo mismo, en cuerpo y alma. En esos momentos sanan todas mis heridas.
Sentado en el sillón de mi salón, no quiero que mi vida sea diferente. Estoy donde necesito estar. El gozo ensancha mi corazón. Llamadlo felicidad, llamadlo éxtasis, llamadlo como queráis. Me siento santificado. Me serena, distiendo dulcemente mi cuerpo; suspendiendo en la noción del tiempo. Estableciendo una intimidad sosegada, una fusión espacio-temporal, una combinación perfecta.
En ocasiones pienso que basta con eso, que soy afortunado.
La mayoría de las veces pienso que sufro delirios. “Vanitas vanitatum omnia vanitas”.
¿Acaso un alma sensible no es simplemente un medio de transformar una carencia en desdén orgulloso?


Ilustración Bela Kadar.

 LA LUZ.

Esa llegada de la luz que descansa en la frente.
¿De dónde llegas, de dónde vienes, amorosa forma que siento respirar,
que siento como un pecho que encerrara una música,
que siento como el rumor de unas arpas angélicas,
ya casi cristalinas como el rumor de los mundos?

Fragmento del poema de Vicente Aleixandre.

jueves, 4 de octubre de 2012

PAPIROS DE OTOÑO.


Perdóname, Otoño, por no haberme detenido hasta hoy a darte la bienvenida que mereces. Reinas sobre un viento tibio que traes contigo la promesa de la lluvia contra el rostro  que movía a las mujeres a abrazarse a sí mismas, a estrecharte en realidad  junto a su seno. Qué hermoso esta todo bajo la sombra de tu compás inicial, como la alegoría de una decadencia detenida en el crítico punto de tu belleza. Qué alegría el descubrir de nuevo que permanece en ti intacta, como nueva, la melodía de la serena seducción que para mí te envuelve. Una belleza frágil, sí, que  cada año retorna, que con el Tiempo no caduca, por más que se construya sobre la estela misma de la caducidad del verano. Aleteas, Otoño, en las ramas peladas y altas de los árboles, en sus cortezas cuarteadas, vives en los bosques y en los parques, desciendes a ellos desde el cielo azul vertiginoso para investirlos de tus ropajes ocres, para alfombrarlos de las anchas hojas que son tu divisa y quizás tus mismas manos amarillentas. Susurran las hojas al descender suavemente desde los árboles, como balanceándose al compás de una música sinfónica que te fuera propia y solo tuya, Otoño, como si fuera el susurro el dialecto que tú hablas y al que a todos nos invitas, tras el vocinglero verano. Invitas al paseo en paz, invitas a la contemplación y al sosiego, nos convocas como cada año al espectáculo callado de la mano del oro viejo que le das a todo. Haces de la Naturaleza, otoño, un libro amarilleado por los ecos del verano y por los dedos del Tiempo en sus bordes que es una delicia contemplar. 
Un homenaje a tu bella poesía.


Ilustración Igor Oleynikov.

Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.

Qué noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello que deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!

¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!

En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina.


CANCIÓN DE OTOÑO - PAUL VERLAINE.

Ilustración David Lance Goines.

Los largos sollozos
De los violines
Del otoño
Hieren mi corazón
Con monótona
Languidez

Todo sofocante
Y pálido, cuando
Suena la hora,
Yo me acuerdo
De los días de antes
Y lloro

Y me voy
Con el viento malvado
Que me lleva
De acá para allá,
Igual que a la
Hoja muerta.


OTOÑO - CLARIBEL ALEGRÍA.

Ilustración Mercedes de la Jara. 

Has entrado al otoño
me dijiste
y me sentí temblar
hoja encendida
que se aferra a su tallo
que se obstina
que es párpado amarillo
y luz de vela

danza de vida
y muerte
claridad suspendida
en el eterno instante
del presente.


OTOÑO – BLAS DE OTERO.

Ilustración Timothy Karpinski.

Sol de otoño,
última maravilla
de amarillas frondas,
tardes como páginas,
llanto con causa, casa
sin dintel del pobre,
cae, derrámate, sol
de otoño, sobre este niño
apoyado en el quicio
de la desgracia.


TAN TAN – FEDERICO GARCIA LORCA.


 Tan, tan
¿quién es? 
El otoño otra vez.
¿Qué quiere el otoño?
El frescor de tu sien.
No te lo quiero dar.
Yo te lo quiero quitar.
Tan, tan
¿quién es? 
El otoño otra vez.


EL OTOÑO SE ACERCA - ÁNGEL GONZÁLEZ.


El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.

Y lo perdimos para siempre.