Y te despiertas...
-o, tal vez, sea el mundo el que lo haga-
con un dulce sabor a cuna que nunca llegaste
a abandonar y el sopor de unas sábanas triste
que, poco a poco, te resultan más ajenas.
Sigues sin querer abrir los ojos y te subes
a esa inmensa oruga humana con el ritmo
ordenancista de los días que van cayendo
dentro de un almanaque estático e invisible.
Sólo te alcanza el sudor y la queja unánime.
Esos seres adocenados son lo único que
te recuerda que eres figura sobre fondo;
débil cuerpo silente; movimiento en la quietud.
¿Acaso sueñas todavía en la cuna que se mece?
No, ya no. Soñar es lo más parecido a no existir
y tú estás simplemente Muerto.
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