AL CRISTO DEL CALVARIO
GABRIELA MISTRAL
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la Cruz alzado y sólo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas las dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido, no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la Cruz alzado y sólo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas las dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido, no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
Llora con lágrima de la noche. La ciudad se sobrecoge y abre los ojos para ver por primera vez la misma semana santa que contempla todos los años. Crispa la cara y respira lentamente, con cuidado de no perderse ningún sentimiento, de llenarse la vista de Cristo en la cruz y María, llorosa, siguiéndole el paso.
La religiosidad popular camina por vías distintas a los mandamientos y las calles están más llenas que las iglesias, la tradición llega al alma y eriza el vello de creyentes, ateos e indiferentes, estremecidos ante el rigor de la ocasión.
Sobrio silencio castellano. Respeto marcado como ley por la fe popular. Suenan tambores y cornetas, tiemblan los cimientos y la procesión se pone de nuevo en marcha. Cruje el asfalto bajo los pies descalzos, mortificación para acompañar a Cristo.
Tras la esquina de alguna callejuela las farolas alumbran el manantial de sentimientos contradictorios, crédulos y dubitativos, altivos y sumisos, interrogantes y convencidos, firmes e indecisos que surgen de los fieles. De labios interrogantes surgen mil dudas, mil preguntas que quizá no tengan respuesta salvo en el fondo de unos corazones que nadie verá. La Pasión vive de manera diferente en cada pecho. Cada pecho vive de manera diferente la Pasión. Pasión individual, Pasión de todos.
Salvo bajo los capirotes; allí está toda la fe y el optimismo reunidos en cada penitente. Amor, fe, entrega, abnegación y humillación penan ocultándose bajo sayas de morado pasión. Un niño pequeño hecho un susto observa y pregunta; el padre contesta en voz muy baja que no hay explicación, que la clave es vivirlo sin querer interpretarlo, que es sólo pasión de penitentes.
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