Ilustración autor desconocido.
Por
el cinco de enero,
cada
enero ponía
mi
calzado cabrero
a
la ventana fría.
Y
encontraban los días,
que
derriban las puertas,
mis
abarcas vacías,
mis
abarcas desiertas.
Nunca
tuve zapatos,
ni
trajes, ni palabras:
siempre
tuve regatos,
siempre
penas y cabras.
Me
vistió la pobreza,
me
lamió el cuerpo el río,
y
del pie a la cabeza
pasto
fui del rocío.
Por
el cinco de enero,
para
el seis, yo quería
que
fuera el mundo entero
una
juguetería.
Y
al andar la alborada
removiendo
las huertas,
mis
abarcas sin nada,
mis
abarcas desiertas.
Ningún
rey coronado
tuvo
pie, tuvo gana
para
ver el calzado
de
mi pobre ventana.
Toda gente de trono,
toda
gente de botas
se
rió con encono
de
mis abarcas rotas.
Rabié
de llanto, hasta
cubrir
de sal mi piel,
por
un mundo de pasta
y
unos hombres de miel.
Por
el cinco de enero,
de
la majada mía
mi
calzado cabrero
a
la escarcha salía.
Y
hacia el seis, mis miradas
hallaban
en sus puertas
mis
abarcas heladas,
mis
abarcas desiertas.
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