Ilustración autor desconocido.
Dicen
que nos hablas,
Pero
jamás oí tu voz con mis propios oídos.
Las
únicas voces que oigo
son
voces fraternales que me dicen
las
cosas esenciales.
Dicen
que te manifiestas,
pero
jamás vi tu rostro con mis propios ojos.
Los
únicos rostros que veo son rostros fraternales
que
ríen, que lloran y que cantan.
Dicen
que te sientas a nuestra mesa,
pero
jamás partí contigo el pan con mis propias manos.
Las
únicas mesas que frecuento
son
mesas fraternales
en
las que es bueno alimentarse con alegría y amistad.
Dicen
que caminas con nosotros,
pero
jamás te sorprendí mezclando tus pasos con mi propia marcha.
Los
únicos compañeros a los que conozco
son
seres fraternales
que
comparten el viento, la lluvia y el sol.
Dicen
que nos amas,
pero
jamás sentí tu mano posarse sobre mis propios hombros.
Las
únicas manos que he sentido
son
manos fraternales
que
estrechan, consuelan y acompañan.
Dicen
que nos salvas,
pero
jamás te he visto intervenir en mis propias desgracias.
Los
únicos salvadores que encuentro
son
corazones fraternales
que
escuchan, animan y estimulan.
Eres
a tú, Oh, mi Dios quien me ofreces estas voces, estos rostros, estas mesas,
estos
compañeros, estas manos y estos corazones fraternales entonces, en el silencio
y la ausencia,
te
haces, por todos estos hermanos, palabra y esperanza.
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