Hay
ventanas altas a la tarde,
calles
vacías, ruido de tranvías.
Dura
poco la luz y, por lo mismo,
nos
asomamos a ella como a un pozo
que
nos sirva de espejo.
Ladra
un perro que espera la correa
para
ir a ser libre bajo mando
y
los niños, que sueñan con patines,
deslizan
su dedo por el borde del mar.
Es
la tarde y la ola de nata
trae
el sonido del verano en Lisboa
cuando
el tiempo corría
en
la voz traqueteante del tranvía
del
sol.
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