Te
amé a los quince años, cuando había
levantado
su vuelo la mañana,
y
habitaba en mi canto la temprana
luz
cimera de alegre bandería.
A
los treinta te amé, cuando lucía
su
plenitud de afanes mi besana,
y
ubio de hogar templaba la lozana
desmesura
de ti que me investía.
A
los cuarenta y cinco, verdecía
tenaz
el árbol, floración ufana
que
cuajara su mes en cotidiana
oferencia
de amante idolatría.
Y
hay rosas de pasión y atardecida
para
el rondel de los sesenta abriles,
que
a los setenta y cinco se abocaran:
si
a los noventa llega la partida,
no
aflojaran las riendas que, febriles,
sólo
al morir su impulso cancelaran.
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