Aquí
estamos ante un libro autobiográfico, tan de moda últimamente. En palabras de
Antonio Muñoz Molina: “En España, son raros los buenos libros de memorias,
sobre todo de memorias escritas por hombres. Entre nosotros hay poco hábito de
poner por escrito los propios sentimientos, la fragilidad masculina, la
melancolía de lo que se ha perdido o lo que se malogro”. En cualquier caso
escribir es siempre exhibirse, en cualquiera de sus aceptaciones, y no tiene
por qué implicar una connotación negativa.
También
a su favor, Luisge, no pretende moralizar ni convencer, sólo mostrar. Contar.
Purgar.
SINOPSIS: El amor del
revés es la autobiografía sentimental de un muchacho que, al llegar a la
adolescencia, descubre que su corazón está podrido por una enfermedad maligna:
la homosexualidad: «En 1977, a los quince años de edad, cuando tuve la certeza
definitiva de que era homosexual, me juré a mí mismo, aterrado, que nadie lo
sabría nunca. Como la de Scarlett O’Hara en Lo que el viento sellevó, fue una
promesa solemne. En 2006, sin embargo, me casé con un hombre en una ceremonia
civil ante ciento cincuenta invitados, entre los que estaban mis amigos de la
infancia, mis compañeros de estudios, mis colegas de trabajo y toda mi familia.
En esos veintinueve años que habían transcurrido entre una fecha y otra, yo
había sufrido una metamorfosis inversa a la de Gregorio Samsa: había dejado de
ser una cucaracha y me había ido convirtiendo poco a poco en un ser humano.»
El
amor del revés es la historia de un camino de perfección que trata de poner al
descubierto, sin clichés y sin moralismos, la intimidad desnuda de alguien que
de repente se siente apartado de las normas sociales y trata de sobrevivir
entre ellas. El autor cuenta su propia vida con una sinceridad a veces
hiriente: el descubrimiento de su condición sexual, los primeros amores
juveniles, los problemas psicológicos derivados de su inadaptación, la terapia
conductual que realizó para cambiar sus inclinaciones enfermas, la exploración
del sexo, las primeras relaciones afectivas, los contactos con el mundo gay y
el descubrimiento progresivo y tardío de la felicidad, «el valor exacto de la
ternura».
Es
también el retrato de una sociedad infectada por la intolerancia y por el
prejuicio, que busca enfermedades imaginarias para marcar su propio territorio
moral. Hasta ahora Luisgé Martín había ido filtrando detalles de su biografía
en sus novelas. En este libro convierte en objeto de la narración su propia
vida, ejemplar en el sentido clásico del término: sirve para vislumbrar a
través de ella las debilidades y las grandezas de la naturaleza humana; sus
miserias, sus ambiciones y sus logros. El resultado de su empeño es una obra de
una franqueza arrolladora y una calidad literaria excepcional que rememora
décadas de máscaras, tanteos y exploraciones, en un trayecto primero doloroso y
después liberador hacia el conocimiento de uno mismo. Un retrato íntimo y sin
velos, una portentosa contribución a la literatura autobiográfica.
Hay
vidas que merecen ser contadas por el mensaje que contienen o la reflexión a la
que invitan.
Quizás
no estamos acostumbrados a que nos hablen de las cosas importantes con tanta
claridad, a conocer los demonios del otro o sus tribulaciones y sus desvelos.
Quizás aún nos pesan los complejos y las vergüenzas o simplemente nos resultan
infrecuentes estos ejercicios de honestidad. Les reconozco que, a veces,
durante la lectura, apartaba la mirada, como si estuviera fisgoneando en un
diario, o como si me empeñara en escuchar una conversación privada en la mesa
de al lado. Es el pudor que dan los asuntos de los otros a la tensión que
produce acercarse a la intimidad ajena.
Este
libro abiertamente confesional me ganó
desde el principio por dos razones. La primera, consiste en la verdad humana
que empapa el texto. El libro de Luisgé Martín está sentido de principio a fin.
Es de un desnudamiento minucioso y reflexivo, que a mí no me ha parecido en
ningún momento obsceno, ni ingenuo. La segunda razón, la literatura, aquí
sostenida por una prosa adecuada al tema, bien trazada, rica en matices, propia
de un escritor maduro. Significa que, el relato no se conforma con una sucesión
convencional de peripecias. Muestra la herida interna, los dolorosos años de la
represión, por no admitir su homosexualidad, la pelea por el sentimiento de
culpa, por una sexualidad fingida y con ocultamiento, el terrible asunto de la
identidad y la vergüenza, y, por encima de todo, el afán por querer y ser
querido de un modo que muchos no aceptan y que hasta hacía algunos años la ley
prohibía en España.
Pero
también es otra cosa que me ha dejado plenamente convencido. “El amor del
revés” contiene un agudo y lúcido retrato de la época, se deja entender desde
la perspectiva de la vivencia homosexual, pero trascendiéndola a cada instante
para hablarnos de cine, de libros, de viajes, de política, de hábitos, de
prejuicios y de tantos cosas que conformaron el paisaje social español de las
últimas décadas del S. XX y de la primera actual.
Y
en eso consiste esta obra, en una morosa y detallada disección de la vida
sentimental de un hombre que descubre las dificultades que un rostro cotidiano
de la normalidad cómo es la homosexualidad y con sus implicaciones emocionales
y sociales que este descubrimiento íntimo tiene para el autor.
Hay
una profunda reflexión a lo largo del texto sobre la condición sexual como
sustrato donde se asienta lo que somos. En particular, la condición sexual nos
determina.
“El amor del
revés” se
lee –o se puede leer- como una autobiografía, como novela de amor y romances,
como un libro de aventuras, como uno de superación. Todo cabe y todo se
disfruta. El problema es, en toda esta “literatura del yo”, la línea que separa
la valentía del exhibicionismo es muy fina. Y en cada una de las palabras que
hay en las páginas de este libro son honestas y valientes, porque hay que tener
valentía para desnudarse en cada una de ellas.
Viene
ahora, cuando toca hablar de valentía, uno de los ejes importantes del libro,
valentía por reconocerse, por dejar de esconderse, por relatarlo a tumba
abierta; y ante todo la valentía, que le pide al lector, que respete y acepte
aquel que se siente diferente, ya sea por un motivo o por otro, para poder
encajar en el restos de la sociedad.
La
prosa de Luisgé Martín –Bendecido desde siempre con el don de la musicalidad-
se ancla en esa extraña región que hay entre la ternura y la dureza, entre lo
bruto y lo que dulce, entre lo salvaje y
lo doméstico. Su estilo, estimulante, sagaz, me recuerda a las telas tornasoladas, porque parece
siempre a punto de ser otra cosa, de mutar, de convertirse en algo móvil. El
autor, con una clara tendencia a lo poético y la belleza, deja que escuchemos
el pulso que late bajo la historia. Porque una vida, cualquier vida, parece más
bonita si la cuenta Luisgé Martín.
La
narración es también reflexiva, abundando en cita de otros escritores. Gran
parte de la efectividad de la prosa se sustenta en su carencia de énfasis. Un
ligero humor negro está presente, aunque nunca llega a ser un hilo conductor de
la historia.
No
obstante encontrar la distancia narrativa es importante, pero más importante,
todavía, es encontrar la voz adecuada para narrar y el autor encuentra esa voz
desde el inicio del libro.
Con
respecto a todo lo anterior, cuando comienzo a leer percibo sobriedad y
hermetismo de sentimientos. Hasta la mitad del libro, la que recorre la
infancia del autor, el descubrimiento de su condición sexual, su juventud, leo
con fluidez. Tomo conciencia de que Luisgé está mostrando un escenario
absolutamente real de una época, una represión, una mentalidad. Y que, una vez
más la –mala- educación católica ha hecho un gran daño en muchos corazones. La
culpa. La puta culpa.
Sobre
todo, la parte en la que describe el tratamiento psicológico para “currar la
enfermedad de la homosexualidad” –también el psicoanálisis ha ocasionado
estragos- me pareció tremendo.
Por
lo que se refiere, es ya un clásico, “Antes
que anochezca” de Reinaldo Arenas. Ahora bien, a diferencia del libro de
Arenas, el de Luisé permite navegar sin censuras por los meandros de una mente
atormentada. “Antes que anochezca” describe la lucha entre el individuo y la
sociedad; “El amor del revés”
encierra, además de lo anterior, un relato descarnado de la lucha del individuo
contra sí mismo.
No
es una novela coral. No hay un gran número de personajes que le den vida a la
novela. La tensión narrativa está sustentada por un solo personaje. Luisgé es
el gran protagonista de la historia.
Es
una autobiografía emocional a partir de la propia gestión de los deseos. El
autor compone su propia identidad a través de un protagonista que se convence
de su diferencia a raíz del descubrimiento de su atracción por los hombres.
Da
gusto que un libro tan arriesgado como éste esté expuesto en primera persona.
Un retrato íntimo y sin velos, una portentosa contribución a la literatura
autobiográfica. Es cierto, que el escritor ha ido filtrando detalles de su
biografía en sus novelas. En este libro convierte el objeto de la narración en
su propia vida, en el sentido clásico del territorio: sirve para vislumbrar, a través
de ella, las debilidades y las grandezas de su existencia: sus miserias, sus
ambiciones y sus logros. De manera que, el autor, ¡qué generoso!, nos permite
visitar sus rincones más oscuros, abrir todos los cajones. De ahí que la
intimidad desnuda de alguien que de repente se siente apartado de las normas
sociales y trata de sobrevivir entre ellas y el escritor cuenta su propia vida
con una sinceridad a veces hiriente.
Sin
embargo, a la vez, el libro tiene otro protagonista importante y de peso, a
parte del autor, la sociedad. Que se considera muy tolerante en cuanto a los
temas de diversidad sexual, pero, en la realidad hay un gran sector, nunca han
aceptado esta realidad.
La
literatura, a veces, tiene este poder, el de desestabilizar, el de provocar un
ligero, vértigo o un bostezo dentro del pecho. Afortunadamente todo eso es lo
que me ha provocado este libro.
Particularmente,
se trata de un libro que a los más jóvenes sorprenderá porque, afortunadamente,
parece que esté hablando de otro país. Y es, además, un libro que recomendaría
encarecidamente a los homófogos, aunque fuera solo para tratar de entrar en la
mente de otras personas y por probar si, de esa forma, se les activa un poco
las neuronas, cosa que dudo.
Veamos,
el libro es feroz. Cruel. Porque Luisgé es cruel consigo mismo. ¿Valiente o
imprudente? No sé cuál de las dos cosas ha sido el autor.
Valiente,
cierto, porque hay que ser muy valiente para mostrarse así, proponiéndonos un
excursión por todos los laberintos de su alma. Imprudente, no hay pudor en ninguna
de las casi 300 páginas de este libro, ni mucho menos, exhibicionismo. Es
cierto que nos exhibe un striptease integral carente de sensualidad y
desprovisto de sutilezas.
La
doy las gracias, por la valentía, por comprometerse por la música y el talento.
Y como pasa con los amores locos, uno podría dejarlo todo aparcado y, en esta
ocasión, dedicarse sólo a leer. A leer “El
amor del revés”.
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