Nadie
sale indemne
de
ningún cara a cara
librado
contigo, Señor.
Mírame
al abrigo de la Cruz,
queriendo
sustentar mi mirada sola
en
tu mirada herida
y
no salir derrotada.
Deseosa
de saber,
si
compensaron las afrentas,
si
merecieron la pena
los
latigazos que rasgaron,
tu
recia piel.
Contemplo
el misterio
que
guarda tu dolor
y
asoman a mis ojos lágrimas
que
no sacian la sed de comprender,
en
las que corazón y razón,
buscan
en la balanza su equilibrio.
Hacia
lo divino se inclina el fiel
de
tu misericordia infinita,
nada
supera el peso de tu amor,
ahí
la respuesta a todas las dudas.
Tras
esta batalla librada contigo,
me
siento, Señor,
felizmente
enredada a ti,
atada
cual madreselva
a
los latidos de tu pecho,
donde
fulge, la luz guía de tu faro divino,
en
la incertidumbre.
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