viernes, 10 de mayo de 2013

EL TANGO DE LA GUARDIA VIEJA. Arturo Pérez-Reverte.




Arturo Pérez-Reverte ha elegido reflejar en la mayor parte de esa novela un mundo literario muy particular, lo que se ha dado en llamar -o se dio en llamar en su día- “lo decadente”, algo que no puede ser manejado con habilidad y con éxito por cualquier escritor.
Los caminos de Max Costa y Mecha Inzunza se cruzarán en tres periodos a lo largo de su vida, los tres momentos que relata con agudeza la novela que tenemos entre manos. Max es un buscavidas, un bailarín mundano, un ladrón de guante blanco y un verdadero galán, capaz de enamorar a una mujer en lo que se baila un tango. Mecha es rica, atractiva y hermosa, la mujer de la que todo hombre podría enamorarse, o casi.
Sus destinos, aunque separados por una división social que los mantiene convenientemente alejados, transcurren inevitablemente paralelos a lo largo de las cuatro décadas de historia que cubre la novela.
 

Así es, gran cantidad de páginas de “El tango de la Guardia Vieja” plasman literariamente el mundo que la subcultura de los arrabales bonaerenses de los que surge ese tango que persigue a los principales protagonistas durante décadas, desde la juventud a la vejez, llamaba “la highlife”. Es decir, la vida de la alta sociedad, en el caso de la novela el de una de las altas sociedades más decadentes que se han conocido -la de los años 20 del siglo pasado- y que, de hecho, hizo una bandera de ese estilo de vida entregado a toda clase de excesos, producto de la sensación apocalíptica dejada en muchos por el cataclismo social, político, económico, cultural… de la Primera Guerra Mundial y, en parte, también resultado de cierta pasión estética morbosa alimentada por poetas como Gabriele d´Anunnzio por sólo citar un caso evidente.
 


Se trata de un mundo muy difícil de manejar literariamente sin caer en el ridículo al tratar de componer una obra que tenga como trasfondo lujo y excesos, champán mezclado con cocaína, fiestas en las que hasta los excesos de todo tipo eran tan lánguidos y aceitosos como la mirada de algunas artistas de la época, como la entonces famosa Pola Negri, todo ello iluminado por la sobrecogedora luz del estilo “Art Decó” que todavía hoy provoca una ambigua sensación de un mundo sumergido en un horizonte con pocas esperanzas más allá de la sistemática autodestrucción por medio de excesos bien organizados y dosificados.
 
 
 
 
 
 
 
Lo que permite hacer un elogio de “El tango de la Guardia Vieja” no es sólo el manejo de los personajes, la buena mano con la que su autor los describe y los presenta de un modo que es lo contrario al personaje habitual,  no cabe duda de que los personajes de esta obra pertenecen al Pérez-Reverte más puro, más fiel a su estilo. La novela destila acción, y lo hace además en tres etapas distintas de la vida de los protagonistas. La aparición en varias ocasiones de escenas de sexo, magistralmente descritas, explícitas y elegantes, con la dificultad que eso conlleva, da un toque sensual a la novela, distinto al que estábamos acostumbrados últimamente. El tango de la Guardia Vieja es una novela que se lee fácil, enganchando desde el principio hasta el final, que maneja bien los tiempos de la trama y conmueve al lector cuando es necesario. Cierta violencia, la carga sexual y las distintas tramas que se entrecruzan en sus páginas, convierten este tango en un agradable paseo a través de la sociedad elitista de la primera mitad de siglo.
 
El Tango de la Guardia Vieja es una historia que se deja leer con facilidad, rica en detalles y emociones, donde lo malo y lo bueno se narra con la misma sobriedad, dándole la misma importancia, pues nada de la vida hay que desechar cuando se echa la vista atrás. No esperes finales apoteósicos, ni momentos dramáticos con música de violines. La única música que escucharás será la de los tangos, y de manera difusa, pues las emociones de los personajes acallarán todo aquello que es superfluo.

 
Siempre quedarán trenes que se perdieron. Pero una vida quizá no es, al cabo, lo que pudo haber sido, sino lo que fue. Y el deseo de aquello no vivido quizá es lo que enriquece lo que sí se ha vivido.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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