sábado, 23 de marzo de 2019

A UNA FLOR INMERSA.


 



Cae la rosa, cae

atravesando el agua,

lenta por el cristal de sombra

en que su tallo ahoga;

desciende imperceptible,

clara, ingrávida, pura

y las olas la cubren, la desnudan,

la vuelven a su aroma,

hácenla navegante por la savia

que de la tierra nace

y asciende temblorosa,

desborda la ternura de su tacto

en verde prisionero,

y al fin revienta en flor

como el esclavo que de noche sueña

en una luz que rompa

los orígenes de su sueño,

como el desnudo ciervo, cuando la fuente brota,

que moja con su vaho la corriente

destrozando su imagen.



Cae más aún, cae

más allá de su savia,

sobre la losa del sepulcro,

en la mirada de un canario herido

que atreve el último aletazo

para internarse mudo entre las sombras.

Cae sobre mi mano

inclinándose más y más al tacto,

cede a su suavidad de sábana mortuoria

y como un pálido recuerdo

o ángel desalado

pierde una estela de su aroma,

deja una huella pie que no se posa

y yeso que se apaga en el silencio.

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