Ojos negros o azules, ojos amados, bellos;
ojos innumerables que iluminó la aurora,
yacen hoy en las tumbas, extintos, sin destellos.
Y aún asciende el sol que los cielos enflora.
Noches de más dulzura que los días más rubios
de aquellos infinitos ojos se constelaron...
Aún dan los luceros sus dorados efluvios;
y ha tiempo aquellos ojos de sombra se colmaron.
¡Oh Dios! ¿Cómo pudieron morir esas pupilas,
de toda dulcedumbre vividos manantiales?
¿Espejo de qué rostros son sus ondas tranquilas?
¿A qué mundos ignotos se vuelven sus fanales?
Lo mismo que de astros ha tiempo fenecidos
pervive el alma lumbre por el éter cruzado
los ojos adorados, en la muerte sumidos
siguen desde su sombra la nuestra iluminando.
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