-María Beneyto-
Las
guisabas con mimo, las amabas,
porque
tenían que ponernos fuerza
en
la sangre. Su hierro lo querías
para
así apuntalarnos y que entonces
pudiéramos
erguir algo de vida.
Hasta
laurel llevabas, todo aroma,
a
la gran reunión, a la asamblea.
El
fuego, buen amigo de tus manos,
obediente
y pequeño, le embestía
a
tu otra amiga, su enemiga, el agua.
Era
tu guerra chica interminable
en
el frente que urdías con el rito
diario,
de enfrentar dos elementos
a
combatir furiosos por nosotros.
Era
aquella tu España diminuta.
Las
lentejas cocían tu esperanza,
nuestro
futuro tierno, nuestra historia.
Erguían
estatura al aire, daban
voracidad
de dientes, daban rabia
de
paladar. Y alegría de estar vivos.
Lentejas
con laurel y lo que hubiera.
Crecíamos.
El humo y el aroma
venían
de tus manos, hueso ahora,
madres del hueso
articulado mío.
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