El día de año nuevo nos tumbamos en el césped.
No hacía nada de frío y nos habría gustado
oler a cloro, arrancar las baldosas,
recrear un agosto largo y ancho.
Te cogía de la mano con deseo
igual que en esas fotos preciosas del futuro.
Pero la piscina estaba vacía.
Luego empezó a llover copiosamente
y la lluvia tiraba las guirnaldas,
embarraba la imagen.
No teníamos costumbre de la lluvia,
ni de un amor tan árido
que nos hacía correr a todas horas,
dando vueltas en círculos.
Cuando paró la lluvia, regresamos a casa.
La fiesta había acabado para siempre.
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