viernes, 3 de octubre de 2014

AULLIDOS EN SEPTIEMBRE.



 

Ha cambiado la luz: esto es septiembre.

La fórmula del aire ha padecido
la imperceptible mutación fatal
que sólo se percibe en el espíritu;
esta milmillonésima unidad de nostalgia
que flota alrededor y que electriza
la túnica inconsútil de las tardes.

El peso de la luz ha transformado
la eterna proporción de nuevos óleos
que enturbian hacia el gris la transparencia;
los plomizos pigmentos que averiguo
en la balanza de la hipocondría,
y cuya nada impregna el horizonte.

Ya se ha desvanecido en el silencio
el rumor entusiasta de los veraneantes,
y las casas adquieren su pátina lunar,
su quietud de artilugio al que nadie da cuerda.

Las piscinas difunden con un escalofrío
el eco fantasmal de su música acuática.

Entonces aparecen errabundos
los perros que abandonan a su suerte.

Como cada septiembre, merodean
con aire de filósofos amargos,
y ladran mendicantes a una luna
que los contempla impávida en su cielo.

¿Y en qué roto verano sucedió mi extravío?
¿A quién se le ocurrió la idea de perderme?
¿Dónde estuvo la casa de mi sueño y mi dueño?

Septiembre se desploma
aullando en esta página.

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