viernes, 12 de mayo de 2017

BALTHUS.







Es imposible encerrarse con el Marido de la Noche
cuando la música de los pasatiempos abandona el cuento de Balthus
y el enfermero se encoge de hombros.
Difícilmente sentiré vergüenza:
He puesto mis manos sobre el consejo
y la amenaza de su justicia se ha convertido en mi compañera.
Un hombre venerable es un escarmiento que no se debería repetir.
Según los sacerdotes, herederos del somier y la medicina de la sal,
los rudimentos del jabalí evolucionan libremente
siguiendo un plan trazado por el infortunio del herrero
y el empañado cerebro de la golondrina marina.
La felicidad será el día siguiente:
El coche con un domador espera a la puerta.
Y mi noble amor habla con lo que empieza a dormirse.

Huele a espejo en lo que empieza a dormirse:
Un púber, sinónimo de adolescente,
también pueden elegir entre núbil, joven o mozo,
que enfermo de malaria orina zafiro sobre un cuadro de Balthus,
ese lugar donde los fanfarrones sacan sus pies por debajo de la infancia
para congraciarse con los profesionales del contratiempo.
Y mi noble amor habla con lo que empieza a dormirse.

Suponiendo que lo que vemos en Balthus no sea el propio paisaje de Balthus,
sino una rodilla con forma de montaña a la que se acerca el animalito burgués,
cualquiera de las excusas de un gato que abandona el platillo de leche
para lamer las cerezas de la condesa Klossowska de Rola,
conocida como Setsuko entre los alpinistas que merodean el chalet,
ha de ser considerada una estratagema del carnicero de armiños
con destino al baile de los populares abrigos surrealistas.
Aunque de lo dicho se podrían deducir dos hipótesis,
una relacionada con las gardenias japonesas,
otra con el silencio anulado por la música de Mozart,
ninguna de las dos va más allá que un cangrejo con ojos azules.
Y mi noble amor habla con lo que empieza a dormirse.

La ambigüedad de los exhaustos arriesga en cada visión
una vida destinada a las carnestolendas de los museos,
gente como Sharon Stone o el barón Philippe de Rothschild
jugando sobre las alfombras de genciana con el perro del collar rojo.
Un hombre impecablemente vestido entra en la casa de Giacometti,
lleva un tablón blanco y las mujercitas familiarizadas con la mortaja,
los ojos abiertos como medicinales kimonos,
cruzarán las piernas digamos que para rezar.
Y mi noble amor habla con lo que empieza a dormirse.

Nada se sabe y conviene no saberlo de cuánto ha de durar la vida,
los corazones rubios suben los peldaños de dos en dos,
las baronesas cargan los fusiles con mayonesa para defenderse de la guillotina
y mi noble amor habla con lo que empieza a dormirse.

Poema del libro: "La bicicleta del panadero."




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