Érase
una vez un cuento, un cuento huraño,
un
cuento raro para niños raros:
Esto
no es un cuento al uso,
es
un cuento sin princesas,
sin
palacios, sin caballos,
sin
enanos.
Políticamente
correcto.
(¿no
es extraño?)
Tampoco
hay bosques encantados
ni
príncipes enamorados.
Aquí
no hay hadas madrinas con varitas mágicas,
en
este cuento no hay magia, porque no es un cuento mágico.
No
hay brujas malísimas con la nariz llena de granos,
los
sombreros no tienen pico ni las escobas, gato.
No
hay manzanas envenenadas que duermen a las princesas,
no
hay zapatos de cristal. No hay apenas nada…
Pero,
oye: nada de nada.
Este
cuento es más chino que otra cosa
porque
los príncipes no son valientes
y
van vestidos de rosa.
Aquí
las ranas son sólo ranas y saltan
pues
eso… de charca en charca.
No
hay casitas de chocolate,
ni
Pulgarcitos ni Blancanieves.
Los
espejos dicen mentiras
y
te gritan: ¡qué fea eres!
Y
esta frase, para que rime,
lleva
relieve…
Es
éste un cuento estrafalario,
enigmático,
heteróclito –¡toma!–
(para
que lo busques en el diccionario.)
Este
cuento no te lo cuentan ni te lo leen en la cama,
este
cuento te lo inventas así, sobre la marcha.
Aquí
no hay Caperucitas Rojas
ni
lobos que comen abuelas.
Tampoco
hay cazadores ni reinas de corazones
sólo
hay palabras huecas para rellenar hojas.
Este
cuento es un cuento tonto, aburrido, sin sentido,
Es
un cuento sin cabeza ni pies
¡Está
todo al revés!
Nadie
fue feliz y nadie comió perdiz
Y
colorado colorín…
esta
historia no tiene fin.
¿No
te lo crees…?
¡Léetelo
otra vez!
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