Ilustración autor desconocido.
No ha mucho, por la senda de este bosque
como
un agrimensor pasó la lluvia.
Pesa
con tanto brillo, la hoja del muguete
y
la flor de verbena el agua se le entró por los oídos.
Mimadas
por el frío pinar, las violetas
destilan
su rocío;
no
les agrada el día y viven separadas
y
esparcen una a una su perfume.
Cuando
en las casas beben el té, ya atardecido,
la
vela del mosquito se hincha con la niebla;
y
la noche, con súbito rasgueo de guitarra,
reposa
en las campánulas como una láctea bruma.
A
violetas nocturnas entonces todo huele:
los
años y los rostros; los pensamientos.
Todo
lo
que pudo salvarse del pasado
y
el futuro que esconden las manos del
Destino.
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