viernes, 12 de abril de 2019

EL ASOMBRO.


 

Te despiertas y, al rato,
dejas tu casa y sales a la calle,
a la casa del mundo.
Salir es un entrar. No hay intemperie
cuando con firme pie
y afanosa retina
nos adentramos en los incontables
e ingentes aposentos del asombro.
Los vamos recorriendo sin descanso.
Todos tienen el techo a cielo abierto,
con muros transparentes y con anchas
puertas de par en par que no interrumpen
el avance en la luz.
Y no hay desprotección, ni puede haberla,
en la perplejidad que para el ojo
es todo cuanto ve
(este azaroso ir ineluctable
de una emoción a otra,
de la sorpresa al sobresalto, al ansia)
sino el cobijo incierto de la vida,
que nos alza hasta el vértigo
y nos mantiene a salvo en su oleaje
porque el misterio existe.

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