Cuando
la primavera dio su tercer aviso,
ya
en junio.
Cuando
los días se volvieron
definitivamente
azules
y
la luz dulce se expandió
interminable
como
las margaritas del jardín,
salpicando
en el césped las manchas
amarillas
y blancas de su vestido limpio.
Cuando
la primavera vino para quedarse
y
la sierra se desnudó a lo lejos,
ella
estaba
en el salón, abierta la ventana,
respirando
cierta tristeza,
como
quien gana y pierde al mismo tiempo,
viendo
brillar la tarde, al paso de los años,
antes
de que el verano nos aplaste,
suavemente
estirando las arrugas
del
corazón,
planchando
las camisas del invierno.
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