Yo
te fui contemplando desde la carne al alma,
y
me sentí culpable de un extraño delito
que
me subía a los ojos en chispeantes miradas,
y
se rompía en mi rostro en rubor infinito.
De
pronto fue tornándose en pájaro mi boca,
y
un sentimiento cósmico inundó mis sentidos;
me
escondí en el secreto que estalló en tus pupilas,
y
adiviné en tu rostro al rival de mi río.
¡Río
Grande de Loíza!... Alárgate en su vida.
¡Río
Grande de Loíza!... Alárgate en su espíritu,
a
ver si te descubres en la flor de su alma,
o
en el sol de sus ojos te contemplas tú mismo.
Él
tiene en sus caricias el gesto de tu abrazo,
y
en sus palabras cuelgan rumores parecidos
al
lenguaje que llevas en tu boca de agua
desde
el más quieto charco al más agreste risco.
Tú
me besaste un día despertándome el alma;
él
también me ha besado con un beso tan límpido,
que
no se allá en mi espíritu si posar extasiada
en
el beso del hombre o en el beso del río.
¡Quién
sabe si al vestirme con mi traje de carne,
y
al sentirte enroscado a mi anhelo más íntimo,
surgiste
a mi presencia en el río de sus ojos,
para
entregarte, humano, y sentirte más mío!
¡Quién
sabe si al bajarte del lomo de la tierra
para
besarme toda en un loco delirio,
te
humanizaste en su alma, y brotaste en corrientes
que
una a una en mi tierra de emoción hizo nido!
¡Oh
rival de mi río!... ¿De dónde me llegaste?
¿En
algún país remoto te bañaste conmigo
mientras
en otra playa, con alguna doncella
se
entregaba en amores mi voluptuoso río?
¿Me
sorprendiste acaso en algún aguacero
violando
claridades y callando suspiros,
portavoz
ambulante de una raza de agua
que
me subió a las venas en un beso del río?
¡Río
Grande de Loíza!... Yo lo fui contemplando
desde
la carne al alma: ese fue mi delito.
Un
sentimiento cósmico estremeció mi vida,
y
me llego el amor... tu rival presentido.
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