domingo, 1 de agosto de 2021

CURURÚ Y EL SURÑO.

 
Era la hora de la siesta: Hacía días que Cururú deseaba dormir en algo diferente, que no fuera ni hojas, ni troncos, ni piedras, Pero terminaba adormecido en cualquier lugar vencido por las ideas, pequeños corderos saltando en su cabeza.
 
Aún no había cerrado los ojos cuando oyó unos ruidos, Se acostó de medio lado y se cubrió la cabeza, pero el alboroto hormigueaba por todos los rincones, llegando casi intacto a sus oídos.
El sapo se incorporó para averiguar qué pasaba.
 
"Bueno -refunfuñó- como no puedo dormir, voy a caminar".
 
Llegó a unas matas de tamarindo en cuyas ramas brincaban varios monos, El aire era un festival' de gritos, A uno de ellos, Cururú le preguntó:
 
-¿Dónde duermen ustedes?
 
-Agarrados a las ramas de los árboles -y dando una voltereta, el mono dejó al sapo con sus interrogantes.
 
Las manos y las patas del mico eran grandes y fuertes. Además tenía un largo rabo.
 
"Recuerdo cuando yo tenía cola en mis tiempos de renacuajo. Me servía para nadar, ahora no tengo" -se rió Cururú.
 
El sapo continuó su caminata y tropezó con una pareja de pájaros carpinteros.
 
-¿Dónde duermen ustedes? -quiso saber.
 
-En el hueco de un árbol. ¿Dónde más podría ser? -respondió preguntando el pájaro.
 
-Pues a mí me gustaría dormir de vez en cuando de manera diferente.
 
-Vente a vivir a nuestro tronco. Hay un nido abandonado que podrías ocupar.
 
-¿Y cómo voy a subir al árbol?
 
-Pues volando -respondió la pájara carpintera.
 
-Sapo no vuela -aclaró Cururú desconsolado.
 
-Entonces...
 
Más adelante, reparó en una familia de murciélagos que reposaban suspendidos de sus patas.
 
"Caramba, ésta sí es una buena idea. No duermen en el aire ni en la tierra" -murmuró, sin molestar a los murciélagos.
 
Intentó imitarlos. Sus patas no tenían la fuerza para sostener su cuerpo guindado boca abajo, ni siquiera despierto, ¡dígame cuando se durmiera! Fue imposible.
 
Cururú siguió andando por ahí, con las manos en la espalda, meditabundo. Buscó un cuaderno y lo llenó, de anotaciones, dibujos, cálculos.
 
"Caramba hasta para descansar hay que trabajar"-rumeaba.
 
Por fin, con hojas de palma Cururú trenzó una estera y con bejucos la colgó de dos matas de alhelí.
 
"En los columpios uno se mece sentado. En esta cosa voy a acostarme".
 
Y se acostó. Era perezoso el vaivén de la estera. Poco a poco las cortinas de los ojos fueron cerrándosele, sin darle tiempo a advertir que había inventado la hamaca.
 

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