Era
la hora de la siesta: Hacía días que Cururú deseaba dormir en algo diferente,
que no fuera ni hojas, ni troncos, ni piedras, Pero terminaba adormecido en
cualquier lugar vencido por las ideas, pequeños corderos saltando en su cabeza.
Aún
no había cerrado los ojos cuando oyó unos ruidos, Se acostó de medio lado y se
cubrió la cabeza, pero el alboroto hormigueaba por todos los rincones, llegando
casi intacto a sus oídos.
El
sapo se incorporó para averiguar qué pasaba.
"Bueno
-refunfuñó- como no puedo dormir, voy a caminar".
Llegó
a unas matas de tamarindo en cuyas ramas brincaban varios monos, El aire era un
festival' de gritos, A uno de ellos, Cururú le preguntó:
-¿Dónde
duermen ustedes?
-Agarrados
a las ramas de los árboles -y dando una voltereta, el mono dejó al sapo con sus
interrogantes.
Las
manos y las patas del mico eran grandes y fuertes. Además tenía un largo rabo.
"Recuerdo
cuando yo tenía cola en mis tiempos de renacuajo. Me servía para nadar, ahora
no tengo" -se rió Cururú.
El
sapo continuó su caminata y tropezó con una pareja de pájaros carpinteros.
-¿Dónde
duermen ustedes? -quiso saber.
-En
el hueco de un árbol. ¿Dónde más podría ser? -respondió preguntando el pájaro.
-Pues
a mí me gustaría dormir de vez en cuando de manera diferente.
-Vente
a vivir a nuestro tronco. Hay un nido abandonado que podrías ocupar.
-¿Y
cómo voy a subir al árbol?
-Pues
volando -respondió la pájara carpintera.
-Sapo
no vuela -aclaró Cururú desconsolado.
-Entonces...
Más
adelante, reparó en una familia de murciélagos que reposaban suspendidos de sus
patas.
"Caramba,
ésta sí es una buena idea. No duermen en el aire ni en la tierra"
-murmuró, sin molestar a los murciélagos.
Intentó
imitarlos. Sus patas no tenían la fuerza para sostener su cuerpo guindado boca
abajo, ni siquiera despierto, ¡dígame cuando se durmiera! Fue imposible.
Cururú
siguió andando por ahí, con las manos en la espalda, meditabundo. Buscó un
cuaderno y lo llenó, de anotaciones, dibujos, cálculos.
"Caramba
hasta para descansar hay que trabajar"-rumeaba.
Por
fin, con hojas de palma Cururú trenzó una estera y con bejucos la colgó de dos
matas de alhelí.
"En
los columpios uno se mece sentado. En esta cosa voy a acostarme".
Y
se acostó. Era perezoso el vaivén de la estera. Poco a poco las cortinas de los
ojos fueron cerrándosele, sin darle tiempo a advertir que había inventado la
hamaca.
AUTOR: Luiz Carlos Neves.
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