Espejo en que se pierde mi dureza;
suavízanse los rasgos y mis ojos sonríen
como en una hora antigua, desnuda de dolor.
Espejo en que se pierde mi dureza;
al fondo está mi vida, alegre ensimismada
y yace como piedra blanca mi propio amor.
Espejo de mi sangre, hijos como el pan tierno,
un inquieto y delgado, otro firme y sereno.
Hombre y padre los miro con la misma mirada:
uno es mi adolescencia turbulenta,
otro mi juventud apasionada.
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