viernes, 17 de junio de 2022

ALTAMIRA O EL MONÓLOGO DEL PINTOR RUPESTRE.

 
 
Las llanuras son tan inmensas,
la cueva tan estrecha. La angustia
traspasa como humo la mente, el corazón de estalactita
de la muerte desgrana su tictac en las tinieblas.
    Quiero fijar
el instante perdido de la vida en una línea
grabada en la piedra de las paredes de la cueva: un bisonte
con los cuernos vueltos hacia el destino,
    un joven corzo
que al alba siguió a su hembra, pero que ahora
es un montón de huesos roídos y blanquecinos
en torno a la hoguera de los cazadores.
    Quiero pintar
con ocre, hollín y sangre, pintar
la vida que jugaba
como una cervatilla por las ventosas llanuras
antes de convertirse en comida, antes de que
la belleza se ahogase en estómagos sin fondo.
 
Sopla el norte. Truena
en hielos crecientes. Pero la gente está de fiesta.
Satisfechas sonrisas untadas de grasa brillan al resplandor
del fuego que sisea alrededor de pesados espetones,
    las mujeres chillan
con huellas de sangre de los dedos de los cazadores
sobre pechos y muslos —lejos bajo la luna
los lobos anuncian el invierno.
    Quiero pintar
con ocre, hollín y sangre, pintar
a la cervatilla que murió bailando
y muere diariamente
con un despiadado pedernal en el corazón.
 

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