La narradora es, es este caso,
una bruja de mediana edad, yo...,
enredada en mis dos grandes brazos,
mi cara en un libro
y mi boca bien abierta,
preparada para contarnos una historia o dos.
He venido a recordaros,
a todos vosotros:
Alicia, Samuel, Kurt, Eleanor,
Jane, Brian, Maryel,
acercaos.
Alicia,
¿con cincuenta y seis años, recuerdas?
¿Recuerdas cuando te
leían siendo niña?
Samuel,
¿con veintidós años, has olvidado?
¿has olvidado los sueños de las diez de la noche
en los que el malvado rey
se deshacía en humo?
¿Estás en coma?
¿Estás suergido?
Atención,
queridos,
voy a presentaros a un chico.
Tiene dieciséis años y quiere respuestas.
Él es cada uno de nosotros.
Quiero decir, tú.
Quiero decir, yo.
No basta con leer a Hesse
y con tomar sopa de almejas,
necesitamos respuestas.
¡Este chico!
Si encontrase una cuerda,
buscaría un arpa.
Por eso agarra la llave con fuerza.
Sus secretos gimen
como un perro en celo.
Gira la llave.
¡Presto!
Abre este libro de cuentos extraños
que transforma a los hermanos Grimm.
¿Los transforma?
Como si un clip extendido
pudiese ser escultura.
(Y puede).
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