Dios
mío, estoy llorando el ser que vivo;
me
pesa haber tomádote tu pan;
pero
este pobre barro pensativo
no
es costra fermentada en tu costado:
¡tú
no tienes Marías que se van!
Dios
mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy
supieras ser Dios;
pero
tú, que estuviste siempre bien,
no
sientes nada de tu creación.
Y
el hombre sí te sufre: ¡el Dios es él!
Hoy
que en mis ojos brujos hay candelas,
como
en un condenado,
Dios
mío, prenderás todas tus velas,
y
jugaremos con el viejo dado...
Tal
vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del
universo todo,
surgirán
las ojeras de la Muerte,
como
dos ases fúnebres de lodo.
Dios
mío, y esta noche sorda, oscura,
ya
no podrás jugar, porque la Tierra
es
un dado roído y ya redondo
a
fuerza de rodar a la aventura,
que
no puede parar sino en un hueco,
en
el hueco de inmensa sepultura.
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